Cumbres borrascosas, de Emily Brontë

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Cumbres borrascosas, de Emily Brontë

¿Puede un acto de bondad engendrar tal mal?

El viejo señor Earnshaw de vuelta de un viaje a Liverpool a su casa, Cumbres borrascosas, llevó consigo a un niño “hambriento y sin hogar que encontró en las calles”, al que llamaron Heathcliff. Su hija Catherine Earnshaw pronto se hizo amiga y se tomaron un gran cariño, que devendría apasionado; tan apasionado como el odio que su hijo, Hindley Earnshaw sentiría al considerarlo el “usurpador del afecto de su padre y de sus derechos”. El maltrato mutuo sería constante, y se agravaría por parte de Hindley cuando murió el viejo Earnshaw.

Una muerte que sentía dolorosa, porque comprobaba en sus últimos días que “sufría por su propia buena acción”. Que era Heathcliff una “criatura que un hombre bueno trajo un día a puerto de salvación para su ruina”.

Las pasiones violentas que dominaban a sus hijos, harían que aquella semilla de bondad creciera de manera inesperada, allí “donde todos se odian y se desprecian mutuamente”. Las humillaciones, violencias, desprecios, agresiones, ataques germinaban y crecían en aquella familia que habitaba la campiña inglesa. Se agregó el desprecio de sus vecinos de los Tordos, los Linton, y la amistad de Edgard con Catherine incrementó todo esto. A principio, Heathcliff se lamentaba candorosamente: “yo quisiera tener el pelo rubio y la piel blanca y estar bien vestido; ser como él, bien educado y tener suerte de heredar una fortuna como la suya”.

Pronto se trocaría en el sentimiento dominante que mandaría en Cumbres borrascosas y en los Tordos, entre los Earnshaw, los Linton y los Heathcliff a lo largo de las generaciones. Heathcliff, humillado se marcharía anunciando que “estoy pensando de qué manera me las ha de pagar Hindley. No me importa lo que tarde en lograrlo con tal de lograrlo al fin. Espero que no se morirá antes de sufrir mi venganza”.

Y su venganza caería implacablemente sobre cada uno de todos ellos. A partir de entonces, “no se puede describir con palabras el infierno en que vivíamos”. “Todos se odian y se desprecian mutuamente”. Heathcliff, “la negrura del espíritu que podía fraguar y alimentar una venganza años enteros y proseguir sus planes deliberadamente en la sombra sin experimentar remordimientos”.

Pueden sí el odio, la venganza, la violencia dominar la verde y apacible campiña inglesa; pueden nacer inesperadamente de una buena acción, y tal vez sea eso lo más temible.

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