
A partir de
El cíclope (El Ulises de Eurípides)
Llega arrastrada por los vientos y sin provisiones una nave griega a Sicilia. Ulises entre ellos, que encuentra a Sileno, prisionero con sus hijos los sátiros al servicio de los Cíclopes, y le pide alimentos aclarando que no tiene oro pero sí vino.
Lo que pueda dar no es suyo, sino de su amo, Polifemo, el Ciclope, devorador de hombres de un solo ojo.
Pero se tienta: “¡Ah, qué dulzura! ¡Perfume delicioso! … a bailar me invita Baco … Déjame el odre, no quiero oro. ¡El baile hace olvidar las penas!”, exclama Sileno.
Al llegar, Polifemo reconviene a Sileno: “¿Qué es esto? ¿qué festejo es ese? ¿qué baile de bacanal? ¡No hay aquí Baco, no hay cascabeles de bronce ni panderos!”.
Al ver a Ulises, sin reconocerlo, ordena preparar un caldero: “ahora tengo un gran ansia de carne humana”.
Ulises recurrirá a sus armas: la palabra, la astucia y el valor.
Primero hará uso de su palabra: Ulises relata sus aventuras en Ilión y concluye: “a la impiedad sobrepón la justicia”, ya que ellos defendieron los lugares sagrados.
Sileno que se ve en peligro dice a Polifemo que se coma a Ulises, “… y su lengua, si la comes, ha de hacerte sagaz y parlanchín más que hombre alguno”.
Después, hará uso de su astucia: “un dios debió sugerírmelo”, y le ofreció vino, “divino licor, riente don de Dioniso”, y es que “ya sabía yo que el vino iba a hacer su efecto. Y entonces vendría el castigo”. Pues Polifemo hizo gala de lo que acaba de rechazar en Sileno: “Mira cuál es mi mayor dios… ¡esta pancita linda! Comer, beber, día tras día … ¿para qué hace falta Zeus? Ese es el Zeus de gente que tiene sentido común. Y eso no causa penas. Hay quien invente leyes y ponga trabas a los actos de los hombres para complicarnos la vida… ¡vayan muy a paseo! Tratarme con todo gusto, tener lo que se me antoje… ¿qué más puedo apetecer yo?”.
Entonces, urdió su astuto plan. “Lo que yo planeo es una treta”, y los sátiros ven renacer su esperanza de ser liberados: “Buenas noticias tenemos de tu astucia”. Una vez esté completamente beodo, le clavará una rama ardiente de olivo en su único ojo.
Mientras lo emborracha, Polifemo le pregunta su nombre, Ulises responde: “Don Nadie”, ya del todo beodo, Ulises ejecuta su plan, Polifemo enfurecido clama “¡Nadie me arruinó”, y los sátiros, “entonces ninguno lo hizo”, aclara con más furia, “Nadie me cegó”, y los sátiros ya abiertamente burlándose de él, “pues entonces no estás ciego”.
En sus últimos momentos se lamenta ahora Polifemo, “¡Bellaco! ¡Me dio su bebedizo y fue para mí el cataclismo!”.
Ulises tranquilo concluye: “tenías que pagar tu sacrílego festín”. Muere Polifemo y se va Ulises con su tripulación, y liberando a los sátiros a los que lleva consigo en su nave.
No es el Ulises de la venganza justa, de Homero. No es el Ulises de la imposibilidad, alma pasajera, de Platón. No es el del atrevido desafío a los dioses, y su inevitable castigo, de Dante. No es el de la paradoja entre la idea y la acción, de Borges. No es el Ulises jefe dispuesto a todo por alcanzar la victoria, de Sófocles. No es el Ulises anciano, guía de los “fuertes en voluntad” que saben que “aún no es tarde para buscar un mundo más nuevo”, de Tennyson. No es el Ulises jefe político, frío, astuto, intrigante, que no logra más que degradar la política que opone a las ciegas pasiones, de Shakespeare. No es el Ulises cuya mayor astucia sea ocultar que la fuente de su fuerza es la lanza/la palabra/el poder, contra las mujeres de Margaret Atwood. Es el Ulises que pone su astucia al servicio de la templanza, de las leyes y las trabas a los actos de los hombres, contra la fiesta dionisíaca de personas que vivan a su antojo.
(Editorial Porrúa. Versión directa del griego con una Introducción de Angel Ma. Garibay K.)