
A partir de
Emma Zunz, de Borges
“Emma lloró hasta el fin de aquel día el suicidio de Manuel Maier que en los antiguos días felices fue Emanuel Zunz”. Fue en Brasil, donde había huido acusado de desfalco. Emma sabía que no fue su padre, sino Aaron Loewenthal, “antes gerente de la fábrica y ahora uno de sus dueños”.
“Loewenthal no sabía que ella sabía; Emma Zunz derivaba de ese hecho ínfimo un sentimiento de poder”. Y en la noche, ideó su plan. El día siguiente trató que fuera normal rechazó la violencia de la huelga que se preparaba, asistió al club de mujeres, con sus diecinueve años no habló allí con sus amigas de novios, “los hombres le inspiraban, aún, un temor casi patológico”.
Llegó el día que se había fijado, el sábado: “ya no tenía que tramar y que imaginar; dentro de algunas horas alcanzaría la simplicidad de los hechos”.
Citó a Loewenthal para comunicarle algo de la huelga. Antes, pasó por el puerto, vagó por la recova, eligió un marinero “bajo grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada”, y “pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían”. Al terminar, él le dejó un dinero que ella rompió y después partió hacia la oficina.
Y allí, ¿lo inesperado?: “Ante Aaron Loewenthal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello”. Y después disparó.
Y después de disparar, hizo la denuncia: ‘El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga … Abusó de mí, lo maté’.
¿Mintió? “La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque era sustancialmente cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero era también el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombre propios”.
En un hombre, todos los hombres. En una humillación, toda las humillaciones. En una venganza, todas las venganzas.
(Y, como excepción, esta otra lectura, más bien esta otra posibilidad: