
A partir de
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de R L Stevenson
La crueldad de Mr. Hyde, atropellar corriendo a una niña y dejarla en el suelo caída, repugnaba a todos. Pero más repugnaba a Utterson, abogado y amigo del Dr. Jekyll, que éste le dejara a aquel todo el herencia. Creía que se debería a algún chantaje, o a algún pecado de juventud. ¿Cómo si no explicar que el Dr. Jekyll, “un modelo de virtudes un hombre muy conocido, y, lo que es peor famoso por sus buenas obras”, heredara a “un personaje desagradable, un auténtico infame”, que “en su aspecto hay algo equívoco, desagradable. Nunca he visto a nadie despertar tanta repugnancia”?
Pero no era lo único que había que explicar en este extraño caso. Tras cometer su último crimen, el asesinato de otra persona reconocidamente bondadosa, Mr. Hyde se esfumó.
Más misterios. En una escueta conversación, el Dr. Jekyll quiso tranquilizar a Utterson: “puedo deshacerme del tal Mr. Hyde en el momento que lo desee”.
Y algo más llamativo aún. Tras esfumarse Mr. Hyde, el Dr. Jekyll recuperó su perdida amabilidad, “salió de su encierro reanudó la amistad que le unía a sus viejos compañeros”.
Hasta que, repentinamente, volvió a encerrarse. Y al poco tiempo, todos estos misterios, aclararse. El propio Dr. Jekyll los explicaría en una carta: que en su interior se separó, “más de lo que es común en la mayoría, las dos provincias del bien y del mal que componen la doble naturaleza del hombre … mi profunda dualidad … la guerra perenne entre mis dos personalidades”.
Agobiado por esa guerra, buscaba una solución. “Si cada uno, me decía, pudiera alojarse en una identidad distinta, la vida quedaría despojada de lo que ahora me resultaba inaguantable … Era una maldición para la humanidad que estas dos ramas opuestas estuvieran unidas así para siempre en las entrañas agonizantes de la conciencia, que esos dos gemelos enemigos lucharan sin descanso. ¿Cómo, pues, podían disociarse?”.
Pero además, impulsado por una fuerza irreprimible quería hacer toda la maldad que anidaba en su ser. Aunque después, repararla: “sentía el horror de mi otro yo”.
Sí, esa dualidad “inaguantable”. También, “el horror de mi otro yo”. Pero, ¿sobre todo?, la peligrosa consumación de “mi imperioso deseo”, haber logrado la escisión con sus artes científicas pretendiendo “la admiración de todo”. Y el, ¿inevitable?, resultado: encontrar uno distinto al buscado.
(Como excepción, recordemos la lectura de Borges: “Se ha dicho que la idea de que un hombre es dos es un lugar común. Pero como ha señalado Chesterton, la idea de Stevenson es la idea contraria, es la idea de que un hombre no es dos, la idea de que si un hombre incurre en una culpa, esa culpa lo mancha. Y así al principio el Dr. Jekyll bebe el brebaje –que si hubiera habido en él una mayor parte de bien que de mal, lo hubiera convertido en un ángel- y queda convertido en un ser puramente malvado, cruel y despiadado, un hombre que ignora todos los remordimientos y los escrúpulos. Se entrega a ese placer de ser puramente malvado, de no ser dos personas como somos cada uno de nosotros”).