Decidir es tu derecho, de Dana Hart

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Decidir es tu derecho, de Dana Hart

Aunque, “sobre el cemento patriarcal, muchos pasos te mantendrán en la ruta, otros podrán hacerte salir del camino y probablemente uno o dos, te llevarán directo a romper el cemento”, se abre lo que podría ser un abismo, “un mar de posibilidades se cruza ahora en tu cabeza. Le miras y piensas”. ¿Qué hará, qué harás? Una interpelación, una decisión, una duda. Un abismo acaso.

Si (lo) rechazas, “te abraza la libertad del pájaro herido”. Si (lo) aceptas en realidad “decides no escuchar a la amargura que baja desde tu garganta hasta el final de tu ombligo, como una acidez invertida, que pese a tu negación, te va quemando los órganos internos”. Si (lo) rechazas y además decides matarlo, simbólicamente, “sientes que se lo merece. Sabes que se lo merece. Imaginas sus obras intervenidas por cuchillazos y pintura de múltiples colores”.

Cada posibilidad, múltiples posibilidades, abriéndose diversamente, siempre al borde del abismo. Pero siempre, reservándote el derecho a decidir, a veces suicida, a veces asesino, a veces inofensivo, a veces destructor. Tal vez, siempre, “quieres más de la vida. No puedes tolerar que todo sea dolor y sufrimiento. Niegas que esa sea tu única perspectiva”.

Hasta que el derecho a decidir sea a la vez que una ilusión, una sublimación, un juego, un artificio literario -esa otra realidad verbal-, también una realidad.

(Y aunque, como dice Vargas Llosa, “nadie que esté satisfecho es capaz de escribir nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente”, hoy, quieren afanosamente encontrarse a la vez ficción y realidad).

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