Píldoras de la crítica. La primera expresión del punto de vista femenino en la literatura de la sociedad victoriana. Kate Millett

Píldoras de la crítica. La primera expresión del punto de vista femenino en la literatura de la sociedad victoriana. Kate Millett

(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)

Inglaterra, siglo XIX. La sociedad victoriana, y una revolución sexual. Un contrapunto, necesario muchas veces, para llegar a nuestro punto.

“La revolución sexual despertó tres respuestas distintas en la literatura de su tiempo. La primera, que puede calificarse de realista o revolucionaria, abarca un amplio conjunto de teóricos radicales, como Engels y Mills, de críticos y reformistas, como Ibsen y Shaw, y de pensadores moderados como Dickens y Meredith. La actitud de tales escritores, que implicaba una reprobación de la política sexual del patriarcado, constituyó un primer paso hacia las reformas sociales, y por ello, hacia la revolución. Los representantes de la primera escuela se expresaron, bien a las claras, a través de la discusión teórica o la polémica, bien de modo indirecto, a través de situaciones ficticias creadas en el teatro o la novela.

La segunda respuesta, corresponde a la escuela sentimental y galante, de la que Ruskin con su ‘Of Queen’s Gardens’, constituye el portavoz más destacado y característico…

La tercera escuela, que denominaremos escuela de la fantasía, expresa un punto de vista casi exclusivamente masculino. Exterioriza a menudo las emociones inconcientes que el varón experimenta ante lo que considera el peligro femenino, es decir, la sexualidad. Si bien recuerda en muchos puntos el antiguo mito de la maldad de la mujer, presenta una nueva característica: su dolorosa toma de conciencia”.

Analiza entonces a Thomas Hardy y a Meredith. Llegamos a un primer punto entonces.

“Hasta ahora hemos analizado la revolución sexual tal como se reflejó en los escritores masculinos, que respondieron a ella, ya con una exaltación de la galantería, ya con irresolución y ambigüedad. Ahora bien, el período victoriano presenció también un fenómeno bastante más prometedor que tales reacciones: la primera expresión del punto de vista femenino. Como observó Mill, la mayoría de las mujeres que se lanzaban a la literatura no conseguían plasmar en sus obras más que su propio servilismo ante la mentalidad y el orgullo del varón. Sin embargo, gracias a la liberación que llevó a cabo la fase estudiada, empezó a emerger una sensibilidad auténticamente femenina, y las hermanas Brontë nos ofrecen páginas de sinceridad espontánea. En cuanto a George Eliot, es posible que se identificase con la revolución, puesto que ella misma ‘vivía en pecado’, pero no la menciona en su producción literaria. Su obra no trasciende el ideal estético de ayuda a los demás preconizado por Ruskin, ni la fantasía típicamente victoriana de la mujer honrada que baja hasta Samaria para redimir al hombre caído, del que es, a la vez, nodriza, guía, madre y coadjutora. Las dificultades que Dorothea atraviesa en ‘Middlemarch’ constituyen un elocuente alegato en pro de la concesión de una ocupación meritoria a la mujer inteligente, pero no rebasa los límites de la mera petición. Cuando se casa con Will Ladislaw, Dorothea no espera ya nada más de la vida, que tan generosamente le ha adjudicado un compañero a quien puede secundar en el papel de secretaria. Por su parte, Virginia Woolf glorifica a dos amas de casa (Mrs. Dalloway y Mrs. Ramsay), recoge los padecimientos inhumanos de Rodha en ‘Las olas’, sin detenerse a explicar sus causas y transmite con poco éxito -posiblemente debido a su escasa convicción- las frustraciones de una artista por mediación de su personaje Lily Briscoe. Sólo describe sus sentimientos en ‘Una habitación propia’, obra que se aproxima al ensayo más que a la novela”.

Diferente es el caso de Charlotte Brontë, que veremos en otra entrada.

Kate Millett. Política sexual

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