Diálogos. Escribir. Carta de batalla por Tirant Lo Blanc, de Mario Vargas Llosa

Diálogos. Escribir. Carta de batalla por Tirant Lo Blanc, de Mario Vargas Llosa

(No es novela ni cuento, a quienes aquí acogemos. Pero escrita por un novelista, no es solo crítica o análisis. Es un diálogo entre escritores. Y creación de un espacio literario. Por eso también lo acogemos).

Un libro, podría decirse, es un cruce de caminos. Hay la estructura, dicho en términos generales, y hay un algo más. “La vida de un libro -la vigencia de sus técnicas, la eficacia de su fantasía, su poder de persuasión- no se puede describir: se descubre por contaminación cuando se encuentran el libro y el lector”.

En el caso de los libros de caballerías, hubo rechazo y olvido. Se debió, en gran medida, al “miedo del mundo oficial a la imaginación, enemiga natural del dogma y fuente de toda rebelión. En un momento de apogeo de la cultura escolástica, de cerrada ortodoxia, la fantasía de los autores de novelas de caballerías debió resultar insumisa, subversiva su visión sin anteojeras de la realidad, osados sus delirios, inquietantes sus criaturas fantásticas, sus apetitos diabólicos”.

Tirant Lo Blanc, novela de caballerías, militar, histórica, erótica, psicológica, social, es, en definitiva, una “novela total”, es decir, un “objeto verbal que comunica la misma impresión de pluralidad que lo real, es, como la realidad, acto y sueño, objetividad y subjetividad, razón y maravilla. En esto consiste el ‘realismo total’; la suplantación de Dios”.

El novelista tiene todos los permisos: “En una novela, la procedencia de los materiales de creación importa menos que el uso que haga de ellos el autor; todo depende del provecho que le saque, pues en la creación literaria el fin justifica siempre los medios”.

Y todas las exigencias. Según este tipo de novela, la novela total, el ‘realismo total’, la objetividad, que reconocemos en Flaubert y adelantó Martorell el autor de Tirant Lo Blanc, exige no demostrar sino mostrar, ser objetivo, neutral, imparcial, permitiendo hacer del mundo ficticio un “objeto dotado de vida propia”.

¿Cómo hace esto? Primero, necesita el narrador del poder de persuasión, que nace de su propio convencimiento, de su propia capacidad de creer. Y después, tras “recoger los materiales de la realidad”, proceder a seleccionarlos, combinarlos, adulterarlos. Con algunos procedimientos, algunas técnicas, que irán construyendo su estructura. Para reconocerlos, se los menciona: “el elemento añadido”, que da unas leyes, maneras, significados, coherencia y orden que le son propios; los “cráteres activos” o episodios esenciales; el “salto cualitativo” y los “vasos comunicantes” entre los distintos niveles (el retórico de las convenciones, el objetivo de las acciones, el subjetivo de los sentimientos, el intemporal de los símbolos y los mitos); las cajas chinas cuando un episodio contiene a otro que contiene a otro.

Pero, y volvemos al principio. Se trata de un cruce de caminos. Analizar las técnicas de una obra no hace a la emoción del encuentro entre esa obra y el lector, y ni siquiera al proceso de su creación. “No son esta ambición y estas técnicas las que dan grandeza a esta creación, es esta creación la que da grandeza a esa ambición y a esas técnicas. Porque aquí, una vez más, se comprueba que una técnica no existe ni vale por sí misma, sino en función de la materia que organiza y que esta materia adquiere autonomía, representatividad y poder de persuasión suficientes para vivir por cuenta propia, cuando ha sido organizada del único modo posible para que brotara en ella la vida”.

Hacer brotar la vida en una obra, con técnica pero más allá de una técnica.

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