
Borges, la Biblia. La construcción de un escritor universal
– “¿Cuál es su ambición literaria? – Escribir un libro, un capítulo, una página un párrafo, que sea para todos los hombres, como el Apóstol (1 Corintios, 9:22)”.
“Mi reino es de este mundo” (Tamerlán (1336-1405)
Es habitual señalar los símbolos que pueblan el mundo de Borges: los tigres, los espejos, las espadas o las dagas, los laberintos. Acaso la Biblioteca, los libros. También, podríamos añadir, la Biblia.
1 Corintios, 9:22. “Y me hice débil con los débiles para ganar a los débiles. Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio”.
Pero, nos dice Borges en su Tamerlán (1336-1405) que “mi reino es de este mundo”. En este mundo quiere, con su literatura, un texto que sea “para todos los hombres” (t. 18, p. 444). ¿Cómo lograrlo?
Participa de esa idea, esa ambición, esa ilusión, del autor como Dios. A propósito de H.G. Wells y si el arte debe o no propagar doctrinas, nos dirá: “Mientras un autor se limita a referir sucesos o a trazar los tenues desvíos de una conciencia, podemos suponerlo omnisciente, podemos confundirlo con el universo o con Dios; en cuanto se rebaja a razonar, lo sabemos falible. La realidad procede por hechos, no por razonamientos; a Dios le toleramos que afirme ‘Soy El Que Soy’ (Éxodo, 3, 14), no que declare y analice, como Hegel o Anselmo, el argumentum ornitologicum. Dios no debe teologizar; el escritor no debe invalidar con razones humanas la momentánea fe que exige de nosotros el arte”. (t. 6, p. 112).
Al autor como Dios volveremos a encontrarlo. Viviendo, creando, escribiendo en Tlön, “en los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto de plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo” (t. 5, p. 26).
La fe. La momentánea suspensión de la incredulidad que propone Coleridge y nos recuerda Borges, para la lectura. De un libro. Del Libro de los libros que es la Biblia. La fe: “Sustancia de las cosas que se esperan, demostración de cosas no vistas, definió San Pablo la fe” (t. 12, p. 183).
Un texto que sea “para todos los hombres”. Un libro universal. Un libro total. Un libro infinito. Un libro de arena, que circula intercambiándose por un puñado de dinero y por Biblias. ¿Existe? Acaso como aspiración.
Perseguir esa aspiración, es parte de su estrategia de construirse como un autor universal.
Dos justificaciones.
Una, que, querámoslo o no, nos da un suelo común. “Toda persona occidental es griega o judía … El orbe occidental es cristiano; el sentido de esta afirmación es que somos una rama del judaísmo, interpretada por sus teólogos, a través de Aristóteles, y por sus místicos, a través de Platón. Como el budismo o el Islam, el cristianismo es una cultura, un juego antiguo delicado y complejo de hábitos mentales y emocionales que la voluntad no puede cambiar … El nietzcheano que se cree más allá del bien y del mal, juzga y condena a su enemigo según las tablas de los diez mandamientos”. (t. 20, p 70). De aquí sus numerosas referencias a pasajes de la Biblia, aunque sea para reescribirlos, trayéndolos a su reino de este mundo, que resuenan como un pronto eco en nosotros.
Un eco. No una trasposición, tantas veces realizada. “Imaginemos una trasposición de la Biblia al tiempo y al espacio (convencionales) de la literatura gauchesca. (Es imposible que alguien no haya cedido a la tentación de ensayarla). El Diablo, en esa reducción, es Mandinga, Dios Padre es Tata Dios, Abel es un puestero asesinado por el chacarero Caín, Poncio Pilatos es el Comandante, la Virgen deja de rezar un trisagio para responder ¡sin pecado concebida! Al ¡Ave María Purísima! De un ángel polvoriento y madrugador, que no se ha desmontado aún del lobuno. Inútil revelar otros rasgos no menos previsibles e incómodos: ya mis lectores pueden pregustar el horror peculiar de este bodrio bíblico- cimarrón” (t. 20, p. 234). Cierto. Aunque también lo es que “me atreveré a agregar que prefiero la idea de un dios humano, de un dios chambón, de un dios capaz de arrepentirse, a la del monstruo felizmente verbal que proponen los teólogos, hecho de tres inextricables Personas y de diecinueve atributos”. Un “monstruo felizmente verbal”, el de los teólogos.
La otra, apropiándose -hacer, deshacer, rehacer- de toda la tradición universal. Como, además de los irlandeses, los judíos, autores de la Biblia. Y la Biblia será uno, no se agota allí, de los instrumentos para construirse como un autor universal.
1.El libro insigne
La Biblia es uno de sus instrumentos para construirse como un autor universal. La Biblia, “un libro insigne; es decir, un libro cuya materia puede ser todo para todos (I Corintios, 9: 22), pues es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversiones”. (t. 5, p. 221).
Inagotable. Universal. Pero más, o distinto que, ya veremos, un clásico; más que un libro cualquiera; más que sus traducciones que lo renuevan una y otra vez; más que sus lecturas, que lo vuelven a escribir una y otra vez: “el que lee mis palabras está inventándolas”. (t. 11, p. 34). Inagotable, universal por sí mismo.
Inagotables repeticiones. Las ya muchas veces aquí referidas de I Corintios, 9:22.
Inagotables versiones. El Eclesiastés, 1,9 de la Biblia nos dice: “Lo que fue, eso mismo será; lo que se hizo, eso mismo se hará: ¡no hay nada nuevo bajo el sol!”.
El Eclesiastés, 1, 9, de Borges (t. 11, p. 22) nos dice:
“Si me paso la mano por la frente,
si acaricio los lomos de los libros,
si reconozco el Libro de las Noches,
si hago girar la terca cerradura,
si me demoro en el umbral incierto,
si el dolor increíble me anonada,
si recuerdo la Máquina del Tiempo,
si recuerdo el tapiz del unicornio,
si cambio de postura mientras duermo,
si la memoria me devuelve un verso,
repito lo cumplido innumerables
veces en mi camino señalado.
No puedo ejecutar un acto nuevo,
tejo y torno a tejer la misma fábula,
repito un repetido endecasílabo,
digo lo que otros me dijeron,
siento las mismas cosas en la misma
hora del día o de la abstracta noche.
Cada noche la misma pesadilla,
cada noche el rigor del laberinto.
Soy la fatiga de un espejo inmóvil
o el polvo de un museo”
Inagotables perversiones. La de Las tres versiones de Judas (t. 5, p. 148), su recensión de Nils Runeberg. Judas refleja de algún modo a Jesús. Judas traicionó para la mayor gloria de Dios. Dios se hizo hombre en Judas. Y sus conclusiones: Runeberg “agregó al concepto del Hijo, que parecía agotado, las complejidades del mal y del infortunio”.
Y una nota al pie, aún más revulsiva. Recordó la publicación del poema descriptivo El agua secreta por Runeberg, que señala la existencia de un estanque glacial; “el poeta sugiere que la perduración de esa agua silenciosa corrige nuestra inútil violencia y de algún modo la permite y la absuelve. El poema concluye así: ‘El agua de la selva es feliz; podemos ser malvados y dolorosos’”. ¿Se trata de un problema anti-dostoyevskiano, si no hay Dios todo está permitido: aún habiendo un Dios, porque hay un Dios, podemos ser malvados? Infinitas perversiones.
Insigne. Inagotable. Universal, todos podemos vernos en este libro infinito, que admite la repetición, las diferentes versiones, las perversiones.
Completemos su ambición. – “¿Cuál es su ambición literaria? – Escribir un libro, un capítulo, una página un párrafo, que sea para todos los hombres, como el Apóstol (1 Corintios, 9:22); que prescinda de mis aversiones, de mis preferencias, de mis costumbres; que ni siquiera aluda a este continuo Jorge Luis Borges; que surja en Buenos Aires como pudo haber surgido en Oxford o en Pérgamo; que se alimente de mi odio, de mi tiempo, de mi ternura; que guarde (para mí como para todos) un ángulo cambiante de sombra; que corresponda de algún modo al pasado y aún al secreto porvenir; que el análisis no pueda agotar; que sea la rosa sin porqué, la platónica rosa intemporal del ‘Viajero querubínico’ de Silesius”.
2.El libro sagrado
No sólo admite una infinita variabilidad, haciéndose universal. Y con él, con este libro, nosotros, cultura compartida, instrumento para nuestras reescrituras y relecturas, “que el análisis no pueda agotar”.
Nosotros. Todos nosotros podemos vernos reflejados en este libro. Y apropiándoselo pueden acaso sus libros hacerse espejo que refleje la imagen de todos, esta vez sin sentir ningún horror.
A Israel (t. 7, p. 66)
“¿Quién me dirá si estás en el perdido
laberinto de ríos seculares
de mi sangre, Israel? ¿Quién los lugares
que mi sangre y tu sangre han recorrido?
No importa. Sé que estás en el sagrado
libro que abarca el tiempo y que la historia
del rojo Adán rescata y la memoria
y la agonía del Crucificado.
En ese libro estás, que es el reflejo
de cada rostro que sobre él se inclina
y del rostro de Dios, que en su complejo
y arduo cristal, terrible se adivina.
Todos. Universal”.
Un espejo que no horroriza. Nos refleja. Podemos conocernos, aunque sea en parte.
Una exclamación de Pascal (t. 6, p. 122) a propósito de la soledad, impresionó mucho a Borges. “Alguna vez pensé que esa exclamación era de origen bíblico. Recorrí, lo recuerdo, las Escrituras; no di con el lugar que buscaba, y que tal vez no existe, pero sí con su perfecto reverso, con las palabras temblorosas de un hombre que se sabe desnudo hasta la entraña bajo la vigilancia de Dios. Dice el Apóstol (I Corintios, 13:12): ‘Vemos ahora por espejo, en oscuridad; después veremos cara a cara: ahora conozco en parte; pero después conoceré como ahora soy conocido’”.
Un espejo que muestra de manera invertida, la posibilidad de conocernos a nosotros mismos, con cada uno de nosotros asomándonos al texto sagrado. Y al que lo evoca, convocándonos.
Un libro sagrado nos refleja a todos. Se hace así universal, y por reflejo, libros que lo evocan, Borges en sus textos evocándolo, se hace universal. No solo por esta cualidad. “Debemos al Oriente la noción de libros sagrados, de escrituras dictadas por el Espíritu en distintos años del tiempo y en distintas regiones del espacio, de un eterno Alcorán que es un atributo, no una obra, de Dios. De hecho, todo libro es sagrado, si da con el lector para quien fue escrito. Un libro es una cosa entre las cosas cuando nos aguarda en los anaqueles; puede ser una revelación, un estímulo, una forma tranquila de la dicha, cuando lo interrogamos”. (t. 19, p. 279).
El texto sagrado requiere, lo sabemos, “que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído” (t. 8, p. 93), lectores. Lectores que lean con devoción, para Proust. Para Borges, “un libro es una cosa entre las cosas. Pero cuando alguien abre un libro y lo lee con unción y con generosidad, entonces resucita Heráclito, resucita Quevedo y para nosotros resucita Emerson también”.
Una revelación, un estímulo, decíamos con Borges, ¿de qué?
3. Revelaciones
No sólo admite un texto sagrado, la Biblia, una infinita variabilidad, una cultura compartida, una posibilidad de reescrituras y relecturas, que lo hace inagotable, una posibilidad de reflejarnos todos en él, haciéndose, permitiendo a sus textos, los textos de Borges haciéndose eco de él, universal.
También revela, y estimula.
Revelaciones que no son las de la fe.
“¿En cuál de mis ciudades moriré?
¿En Ginebra, donde recibí la revelación,
no de Calvino, ciertamente, sino de Virgilio
y de Tácito?” (t.19, p. 271).
Revelaciones que lo definen. Que lo definen convocando un eco en cada uno de nosotros. Sirviendo a su construcción como autor universal.
A. La identidad
Revelación de su identidad, mediante las imágenes de la Biblia.
En medio del camino, puede decir The thing I am (t. 10, p. 99)
“He olvidado mi nombre. No soy Borges …
ni Haslam descifrando los versículo
de la Escritura …
Soy apenas la sombra que proyectan
esas íntimas sobras intrincadas.”
Las sombras de su abuela inglesa Haslam siendo Borges niño.
Al final del camino Qué será del caminante fatigado (t. 19, p. 273) también:
“¿En qué idioma habré de morir? …
¿En el inglés de aquella Biblia que mi
Abuela leía frente al desierto?”
B. Sensualidad, felicidad, emoción
Probablemente se siga insistiendo con asociar a Borges a lo frío, intelectual, racional, distante. El mismo alimenta, o se resigna, a esa percepción. “Mi suerte es lo que suele denominarse poesía intelectual. La palabra es un oxímoron; el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño) por medio de imágenes, de mitos o de fábulas. La poesía intelectual debe entretejer gratamente esos dos procesos”. (t. 11, p. 11).
Lo sensual, por el contrario, destaca, rescata, de la Biblia. “La teología -que los racionalistas desprecian- es en última instancia, la logicalización o tránsito a lo espiritual de la Biblia, tan arraigadamente sensual. Es el ordenamiento en que los pensativos occidentales pusieron la obra de los visionarios judíos. ¡Qué bella transición intelectual desde el Señor, que al decir del capítulo 3 del Génesis, paseábase por el jardín en la frescura de la tarde, hasta el Dios de la doctrina escolástica, cuyos atributos incluyen la ubicuidad, el conocimiento infinito y hasta la permanencia fuera del Tiempo en un presente inmóvil y abrazador de siglos, ajeno de vicisitudes, horro de sucesión, sin principio ni fin!”. (t. 16, p. 259).
Del mismo modo, “juzgamos los libros por la emoción que suscitan, por su belleza, no por razones de orden doctrinal o político” (t. 15, p. 243). Por lo mismo, “mis cuentos, como los de Las mil y una noches, quieren distraer o conmover y no persuadir” (t. 8, p. 100). Por lo que “he enseñado a mis estudiantes a que quieran la literatura, a que vean en la literatura una forma de felicidad” (t. 10, p. 203).
Algo físico, sensual, feliz, una emoción. “Dos deberes tendría todo verso: comunicar un hecho preciso y tocarnos físicamente, como la cercanía del mar”. (t. 9, p. 208).
C. Ética, historia, poder
No se trata entonces de revelaciones religiosas. Sí éticas.
Una ética que pronuncia como un rezo, una Oración (t. 8, p. 89).
“Mi boca ha pronunciado y pronunciará, miles de veces y en los dos idiomas que me son íntimos, el padre nuestro, pero sólo en parte lo entiendo. Esta mañana, la del día primero de julio de 1969, quiero intentar una oración que sea personal, no heredada. Sé que se trata de una empresa que exige una sinceridad más que humana. Es evidente, en primer término, que me está vedado pedir. Pedir que no anochezcan mis ojos sería una locura; sé de millares de personas que ven y que no son particularmente felices, justas o sabias. El proceso del tiempo es una trama de efectos y de causas, de suerte que pedir cualquier merced, por ínfima que sea, es pedir que se rompa un eslabón de esa trama de hierro, es pedir que ya se haya roto. Nadie merece tal milagro. No puedo suplicar que mis errores me sean perdonados; el perdón es un acto ajeno y sólo yo puedo salvarme. El perdón purifica al ofendido, no al ofensor, a quien casi no le concierne. La libertad de mi albedrío es tal vez ilusoria, pero puedo dar o soñar que doy. Puedo dar el coraje, que no tengo; puedo dar la esperanza que no está en mí; puedo enseñar la voluntad de aprender lo que sé apenas o entreveo. Quiero ser recordado menos como poeta que como amigo; que alguien repita una cadencia de Dunbar o de Frost o del hombre que vio en la medianoche el árbol que sangra, la Cruz, y piense que por primera vez la oyó de mis labios. Lo demás no me importa; espero que el olvido no se demore. Desconocemos los designios del universo, pero sabemos que razonar con lucidez y obrar con justicia es ayudar a esos designios, que no nos serán revelados. Quiero morir del todo; quiero morir con este compañero, mi cuerpo”.
Una ética: se veda pedir. Se veda suplicar el perdón: “el perdón es un acto ajeno y sólo yo puedo salvarme”. Una afirmación del individuo. Que por supuesto no restringe a la Biblia, ni a su personal apropiación con su oración. “El inglés rechaza lo genérico porque siente que lo individual es irreductible, inasimilable e impar. Un escrúpulo ético, no una incapacidad especulativa, le impide traficar en abstracciones, como los alemanes”. (t. 6, p. 146).
Pero se permite, se propone, dar, y así obrar con justicia. Y su ética es la ética sencilla de Los Justos (t. 11, p. 60), no religiosos, sino hechos de cotidianeidad.
“Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”.
Salvar el mundo, otro eco bíblico. Pero en manos de un hombre común. Imagen de ese Dios “que se paseaba en el jardín al fresco del día (Génesis, III, 8). Me atreveré a agregar que prefiero la idea de un dios humano, de un dios chambón, de un dios capaz de arrepentirse, a la del monstruo felizmente verbal que proponen los teólogos” (t. 20, p. 234).
Una ética con sus preceptos, que, nuevamente, pronuncia en forma bíblica, como Fragmentos de un evangelio apócrifo (t. 8, p. 85). Por ejemplo: “Piensa que los otros son justos o lo serán, y si no es así, no es tuyo el error”. Que pronuncia como cuento Leyenda (t. 8, p. 88), con Abel y Caín como personajes, que saben decir “perdonar es olvidar” así que “aquí estamos juntos como antes”. Una condena, en El Evangelio según Marcos (t. 8, p. 176) del fanatismo.
Una ética, nuevamente, y es que está en su centro, con su divisa: “tú mismo tienes que salvarte”, pronunciada con forma bíblica en Otro fragmento apócrifo (t. 11, p. 293).
Una afirmación del individuo que no desconoce la historia, el poder. “La conversión de los reinos germánicos de Inglaterra a la fe de Cristo es uno de los hechos capitales de la historia de Europa …. La conversión no era un mero cambio ético … la conversión paradójicamente no fue un cambio religioso: fue un reconocimiento de que más allá del orbe germánico, estaba Roma. De hecho, los bárbaros no sólo se convirtieron a la fe de Jesús sino a la prosa de Cicerón (o, por lo menos, de los padres latinos) y a la poesía de Virgilio. Remotos precursores de ese proceso, los capitanes de las tribus sajonas que irrumpieron en Inglaterra en el siglo V usaban espadas romanas”. (t. 18, p. 390).
D. Símbolos, arquetipos, metáforas
Revelación la Biblia para el autor que busca ser universal, de una identidad, de la sensualidad, de la ética y el poder. De figuras específicas para sus labores literarios: los símbolos, los arquetipos.
“El pensamiento de que la Sagrada Escritura tiene (además de su valor literal) un valor simbólico no es irracional y es antiguo … Como los hechos referidos por la Escritura son verdaderos (Dios es la verdad, la verdad no puede mentir, etc.), debemos admitir que los hombres, al ejecutarlos, representan ciegamente un drama secreto, determinado y premeditado por Dios. De ahí a pensar que la historia del universo -y en ella nuestras vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas- tiene un valor inconjeturable, simbólico, no hay un trecho infinito”. (t. 6, p. 148).
Hay aquí algo que choca, con ese drama secreto que apenas ejecutamos y su afirmación ética, ya lo veremos.
Hay esa definición del valor simbólico de la Biblia. Se une con aquella invocación que venimos diciendo que permite, apelando a ese suelo común, que nos convoca haciéndose a sí mismo universal.
Y se une, también, con algo específicamente literario.
“Un rey es una plenitud, un asceta es nada o quiere ser nada; a la gente le gusta imaginar el diálogo de esos dos arquetipos” (t. 18, p. 383). Y relata algunos ejemplos. “En las historias que he referido”, continua, “un asceta y un rey simbolizan la nada y la plenitud, cero y el infinito; símbolos más extremos de ese contraste serían un dios y un muerto, y su fusión más económica, un dios que muere”. Y concluye que esos relatos “sugieren la posibilidad de una morfología (para usar la palabra de Goethe) o ciencia de las formas fundamentales de la literatura. Alguna vez he conjeturado que todas las metáforas son variantes de un reducido número de arquetipos; acaso esta proposición también es aplicable a las fábulas”.
La Biblia, rica en símbolos, es maestra de, para hacer, una literatura universal. H. G. Wells “no sólo es ingenioso lo que refieren [sus libros]; es también simbólico de procesos que de algún modo son inherentes a todos los destinos humanos”. (t. 6, p. 111). (Aunque no lo admite siempre. No, por ejemplo, para Kafka, t. 18, p. 143).
Y los textos sagrados, también. “Más allá de nuestra falta de fe, Cristo es la figura más vívida de la memoria humana … No usó nunca argumentos; la forma natural de su pensamiento es la metáfora. Para condenar la pomposa vanidad de los funerales afirmó que los muertos enterrarán a sus muertos. Para condenar la hipocresía de los fariseos dijo que eran sepulcros blanqueados. Joven, murió en la cruz, que en aquel momento era un patíbulo y que ahora es un símbolo” (t. 15, p. 15).
Admira, del admirable Libro de Job, que nos ofrece “espléndidas metáforas”. También en Cristo en la cruz (t. 11, p. 251), que “nos ha dejado espléndidas metáforas y un destino del perdón que puede anular el pasado”.
Y esta especificidad literaria, refuerza el impulso de las convicciones religiosas para la creación. “Las teorías, como las convicciones de orden político o religioso, no son otra cosa que estímulos”. (t. 9, p. 209). Y no solo las convicciones, sino propiamente el texto sagrado. El modus operandi de los cabalistas “no se trata de una pieza de museo de la historia de la filosofía; creo que este sistema tiene una aplicación: puede servirnos para pensar, para tratar de comprender el universo”. (t. 10, p. 218).
Y se van a unir, por medio de los específicamente literario, la ética de los justos, la inteligencia y el arte en los textos sagrados. “Para los Evangelios, la salvación es un proceso ético. Ser justo es lo fundamental; también se exalta la humildad, la miseria y la desventura. Al requisito de ser justo, Swedenborg añade otro, antes no mencionado por ningún teólogo: el de ser inteligente … Blake asimismo afirmará que no bastan la inteligencia y la rectitud, y que la salvación del hombre exige un tercer requisito: ser un artista. Jesús Cristo lo fue, ya que enseñaba por medio de parábolas y de metáforas, no por razonamientos abstractos”. (t. 12, p. 223).
Nos preparamos, con todas estas revelaciones que nos permiten los textos sagrados, dar el paso para hacernos la revelación final de su estrategia de hacerse un autor universal.
Pero antes, recordemos que hay revelación y ocultamiento también.
4. Revelaciones y ocultamiento
En una interpretación, El secreto de Borges de Julio Woscoboinik, se revisan las referencias bíblicas de los textos de Borges, en este caso, de La intrusa, que tiene como epígrafe 2 Reyes I, 26. Pero “consultada la Biblia, nos sorprendimos: ese capitulo solo cuenta 18 versículos”. Consultado Borges por su traductor Norman Thomas Di Giovanni, le aclara que se trata del Segundo Libro de Samuel. “Esta nueva picardía de Borges esconde pudorosamente el siguiente versículo: ‘Angustia tengo por ti hermano mío Jonathan, que me fuiste muy dulce; más maravilloso me fue tu amor, que el amor de las mujeres”.
Lo que revela, también oculta. Y hace al uso de la Biblia, debíamos mencionar este hallazgo.
Retomemos.
5. Una forma de la literatura fantástica
Admite un texto sagrado, la Biblia, una infinita variabilidad, una cultura compartida, una posibilidad de reescrituras y relecturas, que lo hace inagotable, una posibilidad de reflejarnos todos en él, revelaciones, las que encuentra Borges con sus lecturas, y estímulos incluyendo los medios específicamente literarios, haciéndose, permitiendo a los textos de Borges haciéndose eco de él, universal.
Por eso, no se trata de una lectura religiosa de la Biblia.
Aunque abunden las referencias a la Biblia.
“En cuanto a la Teología, me interesa como forma de la literatura fantástica … Y como entiendo que usted se refiere a la Teología cristiana, le diré que me interesa tanto como el hinduismo, el budismo o cualquier otra concepción. Es decir que yo acepto la Biblia, o la filosofía platónica, o ideas sobre la negación del mundo material, o sobre el tiempo cíclico, ¡o lo que sea! y veo qué puedo hacer literariamente con eso” (t. 19, p. 422).
6. Conclusiones. Un rival no caprichoso de Dios
Se quería hacer una “enciclopedia metódica del planeta ilusorio”, Orbis Tertius. Pero, “la obra no pactará con el impostor Jesucristo”, la obra “quiere demostrar al Dios no existente que los hombres mortales son capaces de concebir un mundo”.
Otro mundo. Objetos de Tlön comenzaron a encontrarse en el mundo que conocemos. “Casi inmediatamente la realidad cedió en más de un punto. Lo cierto es que anhelaba ceder. Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden -el materialismo dialéctico, el antisemitismo, el nazismo- para embelesar a los hombres. ¿Cómo no someterse a Tlön, a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta ordenado? Inútil responder que la realidad también está ordenada. Quizá lo esté, pero de acuerdo a las leyes divinas -traduzco: a leyes inhumanas- que no acabamos nunca de percibir. Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres” (t. 5, p. 26).
Como un dios, un autor que, rivalizando, leyendo y escribiendo como un eco de, por así decir, un texto universal, se hace capaz de crear un universo, un laberinto, un orden, ahora urdido por hombres. Se hace universal.
Aunque, podemos recordar con Harold Bloom la distinción entre tragedia griega y tragedia hebrea. La tragedia griega, en la Ilíada, consiste en la “amargura que le provoca saberse mortal” a Aquiles, en ser solo un semidiós. La tragedia hebrea consiste en “la necesidad de actuar como si uno lo fuera todo, sabiendo, al mismo tiempo que, comparado con Yahvé no es nada”.
Una interesante propuesta.:Otro simbolo borgeano: la Biblia.
Me sorprendio y desperto profundo interes este erudito recorrido por las citas de JL B ysus interpretaciones /transformaciones de el libro de los libros
Otra mirada sobre este autor universal, creador laberintico
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