
A partir de
Montaña adentro, de Marta Brunet
“Aún más hacia la izquierda está el pueblo pintoresco, luego se extiende la ancha vega del Cautín que el río atraviesa centelleante. Al fondo de escalonan las montañas verdinegras, cuyos perfiles dentados se destacan nítidos en el fondo radioso del cielo de media tarde, intensamente azul. Dominando ríos plateados, valles verdegueantes, montañas azulosas, álzase la testa nívea del Llaima, empenechada de levísimo humo”.
Un entorno, en aquel sur del Chile de 1923, de ríos y de montañas y de colores que esconden el pueblo y la hacienda. “Más allá, a la izquierda, asomaban los chalets de la hacienda y el retén de los carabineros rojo como la ira”.
La misma ira que dominaba a don Zacarías, el administrador de la hacienda a quien todos “temían. Seguro de su omnipotencia, irascible, cualquier falta lo hacía despedir al trabajador. Y era eso lo que más temían, prefiriendo acatar todas sus arbitrariedades, antes que perder el puesto. En los tiempos difíciles que corrían, costaba encontrar trabajo”. Lo temía Segundo Seguel.
Tanto como temía al carabinero San Martín. Juan Oses, en cambio, no, lo confrontaba. Lo pagaría caro. A latigazos lo dejaron casi muerto cerca del puente; a Segundo Seguel, después de los latigazos, además, lo colgaron de cabeza del puente.
San Martín. Temible, cruel. “Era el carabinero un hombretón alto y desarticulado, con una gran cabezota caballuna. Pelos rojizos, foscos e hirsutos, coronaban aquella figura magra”. La cara de San Martín, “los ojillos pequeños, como abiertos a punzón: ventanas del espíritu, parecía que la naturaleza se avergonzara de su alma negra, dejándola asomar lo menos posible al exterior”.
Así como el entorno de la hacienda ocultaba el retén rojo como la ira, los ojos del carabinero San Martín ocultaban su alma negra.
Texto muy adjetivado. Transmite clara y vidualmente. Con los colores crea imagenes consensuadas
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