
A partir de
El cocodrilo, de Dostoyevski
Fueron Elena Ivánovna con Iván Matviéyich con su amigo Semion Semionich al Pasaje a ver al único cocodrilo en toda Rusia, que exhibían unos alemanes, sus dueños.
Después de molestarlo un poco con su guante, el cocodrilo se tragó entero a Iván Matviéyich. Todos llorando o preocupados. Pero una voz, les habló despreocupada: “ahora me encuentro en la panza de un cocodrilo, donde no se está del todo mal”. Y pide le cuenten a su amigo Timofei Semionovich de este “percance”.
Así las cosas, con toda tranquilidad, el alemán calculaba cuánto podía sacar de ganancias de tal cosa; Iván Matviéyich quería descansar; Semion Semionich se admiraba de cómo las mujeres son “más prácticas que nosotros cuando se trata de problemas de la existencia” al decirle Elena Ivánovna que le preocupaba qué comería allí su marido.
Va entonces Semion Semionich donde Timofei Semionovich y discuten cómo llegó allí Iván Matviéyich, explicándose que “todo esto no es más que consecuencia de una ilustración excesiva. Las personas sabihondas se meten en toda partes, hasta donde nadie las llama”. Por otra parte, Timofei Semionovich concuerda con los alemanes: “ese cocodrilo constituye una propiedad y por consiguiente no se le puede abrir la tripa sin indemnizar a su dueño … El principio económico es lo primero”. Idean, eso sí, una ayuda para el desafortunado amigo: que conste como funcionario en comisión para que le sigan pagando su sueldo, aunque… “el hecho de enviar a un empleado en comisión a la barriga de un cocodrilo constituiría un absurdo”.
Hay veces que un hecho absurdo no es más que “un percance”, cuando la vida a su alrededor continua como si nada, y eso es lo verdaderamente absurdo.
(Aguilar. Traducción: Rafael Cansinos Assens)