
“Para entendernos, daría mi vida (algo que no debe ser tomado al pie de la letra pues es un decir obviamente hiperbólico) por salvar los álamos que empinan su alta copa en El Polifemo y los almendros que encanecen Las Soledades de Góngora y por los sauces llorones de las égoglas de Garcilaso o los girasoles y trigales que destilan su miel áurea en los Van Gogh, pero no derramaría una lágrima en loor de los pinares devastados por los incendios de la estación veraniega y no me temblaría la mano al firmar el decreto de amnistía en favor de los incendiarios que carbonizan bosques andinos, siberianos o alpinos. La Naturaleza no pasada por el arte o la literatura, la Naturaleza al natural, llena de moscas, zancudos, barro, ratas y cucarachas, es incompatible con placeres refinados como la higiene corporal y la elegancia indumentaria”.