
A partir de
La Divina Comedia. Purgatorio, de Dante Alighieri
El Purgatorio, “monte firme que endereza del mundo los entuertos”, pero, sobre todo, “mi camino de Beatriz”.
Aunque, antes de llegar a ella, a las puertas del Paraíso, recorrerá los sietes giros, o cercos, o terrazas del monte; en cada uno, los siete pecados capitales -la soberbia, la envidia, la ira, la pereza, la avaricia, la gula, la lujuria-, y su purgación.
Hasta llegar a su exaltado final, lo importante es el camino que va recorriendo, un camino muy diferente del que recorrió en el Infierno: “¡Cuán diversos son estos fosos de aquellos del Infierno!: allí entre llantos se va, y aquí entre acentos melodiosos”, y así sería: en cada tramo, un himno los acompañaba. Y en el camino, otras que Beatriz son sus atenciones. Camino de enseñanzas, camino del saber, camino de libertad. Y dos paradojas.
Camino de enseñanzas. “Feliz quien, como tú, de este paseo para mejor vivir ejemplos saca”. A cada pecado, un castigo que lo purga y una virtud que lo corrige. En la sexta terraza del monte, ve en las almas magras que lo pueblan, “ojos sin luz, hundidos, enseñaba cada cual, y faz pálida y tan hueca que en el hueso la piel se modelaba” como castigo, pero estas almas magras que ve “aquí por hambre y sed se tornan santas”. Frente a la envidia, la caridad y el amor: “al que nos ofende, amad”; “a envidia caridad flagelar debe”. Y si, al ingresar al Purgatorio, siete “P” se grabaran en la frente de Dante, al avanzar de terraza en terraza, una en una se le iban borrando hasta quedar purificado.
También, comprueba la vanidad del mundo. “Porque el ruido del mundo, aunque hoy te asombre, soplo es de viento que a doquier se escapa … remedo es vuestra gloria de la hierba, ora verde, ora seca”.
Camino del saber. “De saber ansioso estaba”, y así interroga a Virgilio sobre cuanto ve, así como a las almas que allí encuentra; pero a Virgilio, como maestro, como a su padre, que así lo venera, sobre todo lo que le genera dudas le consulta. Muchas son, una resuena: ¿quién es responsable de los males del mundo?
“Como tú dices, nuestro mundo, es cierto,
no hay vicio ni maldad que no amontone,
y de toda virtud está desierto.
Más dime tú qué causa lo ocasione,
porque lo sepa y además lo diga:
que uno en el cielo y otro en Dios la pone”, pregunta Dante
Y se le responde:
“Hermano, ciego es el mundo y tu no ver lo diga.
Los que sois vivos, en la suma alteza
ponéis la causa, cual si todo efecto
de allí partiera, en eternal fijeza.
Si fuese así, no habríais el perfecto
Libre albedrío; y mal fuera justicia
Señalar el premio al bien, pena al defecto.
No vuestros actos siempre el cielo inicia;
Más concédelo así; luz se os ha dado
Para saber el bien y la justicia…
A someteros libres os redujo
natura más sublime, y ella os cría
la mente libre de celeste influjo.
Que si el presente mundo se desvía
Es vuestra voluntad la única rea…
Por tanto, véis que la conducta errada
es la causa que al hombre ha vuelto inmundo
no que vuestra natura esté viciada”.
No es “vuestra natura”, no es Dios, sino el actuar, la acción errada del ser humano. No es una esencia de las personas, es la acción lo que domina. Más que un deslinde de responsabilidades, un sutil desplazamiento de las causas de las cosas a la acción humana.
Camino de libertad. La de la patria. “¡Oh, dime, sumo Jove, que lloraste puesto en la Cruz por el culpado mundo: ¿de nosotros tus ojos ya apartaste? … Que está triste Italia toda llena hoy de tiranos”, a la que opondrá “Esparta, Atenas, que orgullosa enseña ciencia de legislar que a todo baste, dieron de bien vivir muestra pequeña”.
La del camino que recorre. Están por iniciarlo, Virgilio presenta a Dante a Catón de Utica, guardián de su entrada: “libertad va buscando que es tan cara”.
La del individuo. Acercándose ya al Paraíso, Virgilio se va despidiendo. Ya, allí, no se necesita guía, ni ansiado saber que saciar:
“El fuego temporal y eterno,
hijo, ya viste, y has llegado a parte
donde por mí solo yo nada discierno.
Con ingenio hasta aquí pude guiarte
Ora por tu albedrío te conduce…
Ya no oirás que te aviso o que te exploro,
sano es tu juicio, libre tu persona…”
Llega entonces al final de la escarpada subida. Allí, ya en el Paraíso terrenal, encontrándose con Beatriz, convoca a las musas, para cantar lo que ve, para cantar a su amada. Si al inicio clamaba “más cambie el verso aquí su fuerza dura… y a mi voz preste el son aquel tan blando… del triunfo y del perdón desesperando”, aquí al final del camino lo logra.
Más dos paradojas veremos.
Una, el poeta Estacio se une a Virgilio como guía de Dante a medida que se acercan a la cumbre que linda con el Paraíso, y este espíritu así privilegiado, se inclina ante Virgilio –“sombra mezquina”- al verlo; sombra mezquina porque reside en el Infierno. Y fue un residente del Infierno el guía de Dante hasta las puertas del Paraíso, fue una sombra mezquina ante la que se inclina el alma privilegiada de Estacio.
La otra, no fue Dante el que inició este largo y difícil camino por su amor a Beatriz, como podríamos creer. Fue Beatriz la que lo puso en camino, sin él saberlo; aunque creyendo él que era movido por sí mismo, por su amor a Beatriz, el que lo había iniciado.
Beatriz nos lo revela al reprochar a Dante apenas verlo: “Mírame bien: yo soy, yo soy Beatriz: ¿cómo al monte a subir fuiste, insolente? ¿No sabes tú que el hombre aquí es feliz?” Y el duro reproche: “¿Y qué atracción, qué halago penetrante en los demás hallaste, sin embargo, que saliste a encontrarlos anhelante?”, olvidándola, atraído por esos halagos, apenas ella murió.
Dante, desvanecido de amor asiente, reconoce que fue así. Aun así, da tanto valor a su amor. Pero Beatriz nos dice más:
“Pedí en vano que el cielo le inspirara”, para serle fiel a ella aún muerta. Pero sin resultados.
Entonces, “por eso hollé la puerta de los muertos y súplicas a aquel que aquí te trajo, llorando dirigí con labios yertos”, y entonces Virgilio guió a Dante hasta aquí.
No, no fue el amor. No fue el amor de Dante. No fue el amor de Dante por Beatriz, lo que hasta aquí lo trajo. Fue el llamado de Beatriz señalando con su reproche la debilidad del amor de Dante -que debe reparar-, no su fuerza.
Canta la debilidad del amor, no su fuerza. Y expone los engaños y autoengaños de cada persona.
(Edaf. Traducción del Conde de Cheste)
(Como excepción, veamos qué nos dice Borges. “La mañana del trece de abril del año 1300, en el día penúltimo de su viaje, Dante, cumplidos sus trabajos, entra en el Paraíso terrenal, que corona la cumbre del Purgatorio … una mujer velada aparece; su traje es del color de la llama viva. No por la vista, sino por el estupor de su espíritu y por el temor de su sangre, Dante comprende que es Beatriz. En el umbral de la gloria siente el amor que tantas veces lo había traspasado en Florencia … Beatriz, con ironía, le pregunta cómo ha condescendido a pisar un sitio donde el hombre es feliz. El aire se ha poblado de ángeles; Beatriz les enumera, implacable, los extravíos de Dante. Dice que en vano ella lo buscaba en los sueños pues él tan bajo cayó que no hubo otra manera de salvación que mostrarle los réprobos. Dante baja los ojos abochornado, y balbucea y llora … Beatriz lo obliga a confesarse públicamente… Tal es, en mala prosa española, la lastimada escena del primer encuentro con Beatriz en el Paraíso … Dante, muerta Beatriz, perdida para siempre Beatriz, jugó con la ficción para encontrarla, para mitigar su tristeza; yo tengo para mí que edificó la triple arquitectura de su poema para intercalar ese encuentro”.
Harold Bloom, por su parte, pone su mirada no en la fuerza del amor o el amor débil, sino en Beatriz, su frialdad de piedra. “… el más fuerte de los poemas rocosos de Dante, la gran sextina ‘A débil luz y al gran cerco de sombra’”, que pone en la versión de Dante Gabriel Rossetti:
‘A débil luz y al gran cerco de sombra
llegué, y a la blancura de los montes,
donde el color no vemos de la hierba.
Más mi deseo no pierde su verde:
Tan arraigada está en la dura piedra
Que habla y oye como si fuera dama.
Tan helada del todo está esa dama
Joven, como la nieve entre la sombra,
Que no conmueve, cual si fuera piedra …’
… Dante, ya buscador si no peregrino, asciende los altos montes, presumiblemente a la hora del crepúsculo, o un día de invierno, en pos de la plenitud, solo para descubrir que está enamorado de una Medusa…
… Todas las ironías de la sextina de Dante parecen dirigidas contra el propio poeta … El amor trovadoresco, enfatizaba la capacidad destructiva oximorónica de la imagen obsesiva del ser amado que el poeta llevaba en su cabeza. Este es el desastre de un momento particular, el momento preciso en que el poeta se enamora, similar a caer en una batalla”).