Diálogos. Contar una historia, la responsabilidad de escribir. Luis Sepúlveda

Diálogos. Contar una historia, la responsabilidad de escribir. Luis Sepúlveda

(No es novela ni cuento, a quienes aquí acogemos. Pero escrita por un novelista, no es solo crítica o análisis. Es un diálogo entre escritores. Y creación de un espacio literario. Por eso también lo acogemos).

Hablemos de “eso que se llama vocación literaria”, ¿de qué se trata, cuándo nace, cómo se forja?

“En mi caso, descubrí que quería ser escritor cuando sabía con absoluta certeza que podía escribir textos”.

Pero no es todo. Hay más. Hay un sentido del deber. Hay amistades. Hay voluntad. Hay lecturas.

Un sentido del deber. “Pero eso no era suficiente porque, por el hecho de intuir la enorme responsabilidad que supone dedicarse de lleno al oficio de escritor, mis primeras andanzas literarias fueron realizadas robándole tiempo a otras actividades, políticas, periodísticas, de participación social y también de pura vagancia”.

Hay amistades. Amistades de escritor ya consagrado con los que se reunía o conversaba. “He conocido demasiados escritoras y escritores que asumen la literatura como si se tratara de una competencia deportiva en la que todo vale para sobresalir y triunfar”. Pero están también aquellos, amigos con quienes “hemos formado una especie de círculo sin reglamentos, y que se basa en el aprecio, la confianza y la absoluta ausencia de envidia”.

Y amistades en sus inicios, de esas que siempre necesitamos y en esos entonces más que nada, para formar la confianza en uno mismo, para formarnos, reconocernos y avanzar. Como Pablo De Rokha. Vendiendo en una feria su primer libro, de poemas, que le había comprado el día anterior, apareció al día siguiente de nuevo por allí, y “me examinó como un bicho antes de hablar: ‘Leí sus poemas, compañero. Son muy malos, pero usted tiene talento y de eso debemos hablar. Lo espero el lunes en mi casa … De Rokha fue mi gran Maestro. Sentados en el patio de su casa me abrió las puertas de la gran literatura”. No le dio consejos ni lecciones de técnica, sino que “me iniciaba en el conocimiento de los autores que consideraba sus pares”: Dante, Leopardi, Goethe, Tomaso di Lampedusa, Calvino, Melville, Balzac, Guy de Maupassant, Faulkner, Cervantes, Chejov, Tolstoi, Turgueniev, Gorki, Homero, Aristófanes, Séneca. Y también, esos otros saberes: “me entregó con incomparable generosidad gran parte de su saber literario, su amistad y, sobre todo, me hizo entender la importancia del rigor y el valor de la autocrítica”.

Hay voluntad. “Por ese tiempo había en Chile una institución a la que la literatura chilena le debe mucho. Era la imprenta Arancibia Hermanos, propiedad de dos españoles exiliados, que jamás dijeron que no a un poeta o escritor que llegó con un manuscrito. La edición de modestos trescientos ejemplares costaba por ejemplo diez mil pesos, el autor no tenía un centavo, pero dejaba el manuscrito y se lo publicaban; luego, le avisaban que estaba listo y, cuando el autor emocionado contemplaba su ‘obra’ impresa, los hermanos Arancibia le preguntaban cómo pensaba pagar. Cuando a mí me toco responder, como tantos otros colegas, dije que en ese momento tenía doscientos pesos. Como a tantos otros, me respondieron que muy bien, que podía llevarme un paquete con diez ejemplares. Eso obligaba a vender los libros, a metérselos a amigos, o a ser más audaz”. Y entonces, se fue a una feria en el Parque Forestal. ”El primer día no vendí ni un libro”. Pero siguió. Al segundo día apareció generosamente Pablo De Rokha.

Hay lecturas. Ya vimos, aquellas formativas. Ahora las que siguieron, las que admira, las de autores que quiere y reconoce y recomienda. “No existe satisfacción mayor que la de recomendar un libro amado”, como ‘El viejo y el mar’ de Hemingway, “ese libro me marcó y determinó mi pasión de lector. En sus páginas descubrí que la vida alcanzaba verdadera categoría solamente si la asumimos decididos a llegar al final de las empresas, sin que importe si estas son o no son trascendentes para los demás … Con ‘El viejo y el mar’ descubrí que la literatura inmortal es la literatura de los grandes personajes, y que los escritores como Hemingway lo apuestan todo, se lo juegan todo, para que nada enturbie la omnipresencia de los personajes, de los que realmente cuentan la historia, con un escritor detrás que ordena el relato”.

Francisco Coloane, de quien “aprendí que los escritores sólo podemos estar a un lado de la barricada … el rigor y el respeto con que debo escribir sobre mi gente, sobre los marginales de la Tierra … aprendí la disciplina, el trabajo diario, la satisfacción de la página y el libro escrito sin ninguna concesión”.

Roberto Bolaño, “un escritor de garra. Dotado de una cultura literaria asombrosa, muy heredero de Borges intentó -y lo logró con creces- escribir una literatura ágil y desprovista de cualquier lastre light … su propuesta literaria, amarga, pero a la manera genial de Celine, lo llevó a reconocer una verdad dolorosa: la de no haber participado de manera festiva, lúdicamente, de los esfuerzos que su generación, y también la mía, asumió para cambiar la sociedad chilena”.

Dulce Chacón, “escritora de garra, frágil y fuerte, decidida en todo momento a defender con fiereza la ternura y a darle ternura a los combates por la vida … una de esas escritoras imprescindibles”.

Escribir: el contar historias; la responsabilidad; la voluntad; las lecturas; y… la amistad.

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