ARTE Y LITERATURA. La tempestad, Giorgione. Siri Hustvedt

Cuatro años después de verla por primera vez, vuelve a ver La tempestad de Giogione. “La imagen que había permanecido en mi mente era muy exacta, con una salvedad: había dejado fuera al hombre. Mi recuerdo del cuadro era el de una mujer, el niño, el paisaje, las ruinas, el cielo, el rayo… pero ningún hombre.

… Ahora sé que hay un hombre en el cuadro y que me sirve de vehículo para entrar en una imagen que no comprendo del todo, sólo lo justo para que me fascine. La vara que tiene en la mano sugiere que se encuentra de viaje, que ha estado andando. En esos momentos se haya en reposo y mira a la mujer desnuda que amamanta tranquilamente a su hijo en medio de una tormenta. La mira, pero ella no le devuelve la mirada. Mira hacia el observador, como si acabara de alzar la vista al notar que alguien la observa. Al reconocerme a mí, que soy el observador, me arrastra con la mirada al espacio del lienzo donde me convierto imaginativamente en el doble del hombre. En un cuadro todo ocurre de forma simultánea y me veo a mí misma atrapada en ese seductor triángulo de miradas; la mirada que ella me lanza unida a la que él le lanza a ella es lo que causó mi amnesia de él, el observador masculino errante. Lo olvidé sencillamente porque me había convertido en él.

… La Tempestad trata del voyeurismo, y no es una obra estática, sino que revela un juego de miradas en un lugar imaginario”.

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