
A partir de
La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher- Stowe
La decisión de tener que vender al tío Tom remeció a los Shelby con su plantación en Kentucky. Cuando el tratante de esclavos Haley le pide comprar también el pequeño Harry, de cinco años, hijo de Elisa, la esclava de la sra. Shelby, el sr. Shelby, inicialmente, se rehúsa: “soy muy compasivo”. Lo mismo cree de sí mismo Haley, al compararse con otro tratante, Tom Locker, que muele a palos a sus mercancías, lo que, para Haley, las desvaloriza: “así se enferman, se debilitan y el mismo diablo no los obligaría a trabajar después. ¿Porqué no los tratas con bondad? ¿No crees que a la larga esto te proporcionaría más ganancias que todos los golpes y todas las amenazas?”. Pero Shelby cederá finalmente, sus deudas son inabordables, debe vender algunas de sus propiedades, sus cosas, sus mercancías, sus esclavos, sus negros: el tío Tom y el pequeño Harry serían llevados al temible sur, del que casi nadie volvía con vida. Cinismo compasivo y violenta brutalidad.
Era el tío Tom “el mejor criado del s. Shelby”. Tanto que, a diferencia de Elisa que huye con Harry a quienes pronto se unirá George el marido de Elisa y padre de Harry, el tío Tom acepta resignadamente la decisión de su amo, por no perjudicarlo, por su rectitud. La conclusión de la tía Cloe, su mujer, es lapidaria: “¡No sirve ser bueno!”. Resignación y rebelión.
En su largo y rebelde camino hacia la libertad, al norte, al Canadá, donde no hay esclavitud, Elisa, Harry y George serán perseguidos por los cazadores de esclavos, y ayudados por ex esclavistas arrepentidos como Van Tromp, la esposa del senador Bird, los cuáqueros Rachael y Simeon Hallyday.
En su largo y resignado camino hacia un final de golpes y brutalidad en manos del esclavista Legree, el tío Tom pasará por las manos del propietario republicano, demócrata, pero indolente Agustín Sainte Claire y su angelical hija Evangelina.
Shelby nunca quiso vender sus esclavos y siempre tratarlos bien. Pero debió venderlos por necesidad, prometiendo volver a comprarlos en cuanto pudiera. Van Tromp fue propietario de muchos esclavos y compró tierras para emanciparlos y crearles un espacio de libertad. El senador Bird votó leyes contra la fuga de esclavos y terminó ayudando a la fuga hacia la libertad. ¿Cómo se dieron estos cambios? En el senador, cuando Elisa con su pequeño Harry aparecieron en su casa, “el poder mágico de la presencia real de la desgracia, las tristes miradas, la mano temblorosa del ser abandonado, he ahí lo que el senador no había visto ni oído”. No sólo eso, para los cuáqueros, de otra cosa se trata: “lo que nosotros hacemos nos lo dicta la conciencia”.
Hay aliados posibles: blancos compasivos, blancos buenos cristianos, blancos arrepentidos y con culpa.
Hay la necesidad de conocer la historia del tío Tom y los esclavos, el “poder mágico de la presencia real” que conmueva los endurecidos corazones, los ojos que ni ven ni quieren ver.
Hay la necesidad de interpelar e interpelarse: Sainte Claire rechazaba los horrores, “si seres innobles y brutales obran de una manera innoble y brutal. ¿qué he de hacer yo? Tienen un poder absoluto, son déspotas irresponsables … En una sociedad organizada de esta manera, ¿qué he de hacer yo?”.
Pero es tristemente insuficiente. Sainte Claire concluía con pena y resignación, “¿qué puede hacer un hombre de buenos y honrados pensamientos si no cerrar los ojos y endurecer el corazón?”.
O, también, se puede actuar con la rabia de Emilia, la sra. Shelby: “¡La maldición del Señor pesa sobre la esclavitud! ¡Maldición para el amo y maldición para el esclavo! ¡Pude creer que del mal podía hacerse un bien! ¡La posesión de un esclavo bajo una legislación como la nuestra es un pecado! … creí que podía purificar esta práctica detestable y que, a fuerza de esmero, bondad y educación podía hacer a nuestros esclavos tan dichosos como los hombres libres … ¡Qué insensata fui!”.
El sr. Shelby se inquieta, ¿se había vuelto abolicionista?
Era, acaso, la única solución realista a tal calamidad. Abolir la institución de la esclavitud, abolir la sociedad esclavista. Aunque sí, el camino a la libertad requería esas inesperadas transformaciones de aliados impensables; requería una rebeldía que te llevara al norte y no al sur; requería una pluma que escribiera con el “poder mágico” de las palabras que ponen ante nuestros ojos lo que no queremos ver.