Hacia la belleza, de David Foenkinos

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Hacia la belleza, de David Foenkinos

La depresión asola las vidas de tantos que caminan alrededor nuestro. Un guardia de un museo, una estudiante de Bellas Artes, por ejemplo. Está hecha de violencias, de las emociones que producen, y también de equívocos.

Antoine Duris, profesor de la facultad de Bellas Artes en Lyon, reconocido y querido por sus estudiantes, sus colegas, sus amigos, dejó todo repentinamente, se abandonó a sí mismo y abandonó su vida, yéndose a Paris, a trabajar como guardia del Museo de Orsay. “La belleza siempre es el mejor recurso contra la incertidumbre. Desde hace semanas luchaba por no hundirse”.

Suena bello, suena tranquilizador, suena esperanzador.

A la belleza se había aferrado Camille, estudiante de la facultad de Bellas Artes que admiraba a su profesor de Historia del Arte, Antoine Duris, que la consideraba brillante, venciendo una terrible violencia a la que Yvan, un profesor particular de dibujo enseñándole la belleza de los colores y alentándola por su brillantez, la había sometido antes. Venciendo las terribles emociones que la envolvieron tras sufrir aquella terrible violencia. Hasta que ambas, juntas, terribles violencias, terribles emociones, la vencieron a ella. Pero esto, su profesor de Historia del Arte lo desconocía.

Vencida, Antoine intentó comprender. Y hubo un equívoco, un terrible equívoco que hizo que se echara la culpa encima. Poco antes de caer Camille vencida, había leído las observaciones de Antoine a un trabajo sobre Edvard Munch que relacionó con Salvador Dali: “Brillante, pero fuera de lugar”, subrayando “fuera de lugar”. Y, “tres horas más tarde, Camille se ponía fuera de lugar”. Antoine no lo pudo soportar.

Poco tiempo antes, Camille había visitado los museos de Paris. “Comprendía el poder cicatrizador de la belleza. Frente a un cuadro no somos juzgados, el intercambio es puro, la obra parece entender nuestro dolor y nos consuela a través del silencio, permanece en una eternidad fija y tranquilizadora, su único objetivo es colmarnos mediante las ondas de lo bello. Las tristezas se olvidan con Botticelli, los miedos se atenúan con Rembrandt y las penas se reducen con Chagall”.

Suena bello, suena tranquilizador, suena esperanzador. Pero, en todo caso, dura apenas un instante. Fuera del museo, somos juzgados, hay ruido, todo es móvil y cambiante. Si no podemos con eso, seremos vencidos; tal vez podamos, sí, aferrarnos a ese instante, pero sabiendo que también hay, que también debe haber, belleza, aquí, afuera.

(Alfaguara. Traducción del francés de Regina López Muñoz)

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