
A partir de
Ivanhoe, de Walter Scott
Inglaterra, en aquellos años de Ricardo prisionero en Francia, los cruzados volviendo por sus medios tras un nuevo e infructuoso paso por Tierra Santa, Juan el hermano de Ricardo usurpando el poder, los Templarios degenerados persiguiendo sus bajos fines, era “una tierra de guerra y sangre, rodeada de enemigos hostiles y dividida en su interior por facciones enemigas”.
Las dos principales facciones, los conquistadores normandos y los oprimidos sajones, hasta el punto de que un mismo país hablaba dos idiomas que rivalizaban entre sí, “en la Corte y en los castillos de la nobleza, donde la pompa no tenía parangón posible, el único lenguaje empleado era el franconormando; en las cortes de justicia los juicios se celebraban en la misma lengua. En una palabra, el francés era el lenguaje del honor, de la caballerosidad e incluso de la justicia. Por otra parte, el masculino y expresivo lenguaje anglosajón era relegado al uso de los campesinos ignorantes”. Pasarían muchos años, hasta el reinado de Eduardo III, en que “paulatinamente surgió la estructura de la lengua inglesa actual, mezcla del habla de vencedores y vencidos”.
Vencedores y vencidos. Enfrentados. Ricardo y Juan. La nobleza inferior sajona y los poderosos nobles normandos. Cristianos y judíos. Los Caballeros del Temple y los monteros ingleses. Los caballeros normandos Front-de-Bouef, Brian Bois-Guise, De Bracy, y el héroe Ivanhoe, el misterioso Caballero Negro, el joven Locksley, Robin Hood.
Época de la caballería andante, pero, sobre todo, tiempos en los que, todavía se creía a Ricardo prisionero de Francia, los enfrentamientos cobraban formas ceremoniales y regladas: los torneos. Ivanhoe venció al poderoso Caballero del temple Front-de-Bouef.
Ivanhoe, que, como creía Rebeca, mujer y judía, como su “raza” injustamente violentada, perseguida, oprimida, pero que lo cuida, lo sana, lo salva, y solo quiere a cambio que “de hoy en adelante creáis que un judío puede rendir un buen servicio a un cristiano sin buscar otro galardón que la bendición del gran padre que creó a ambos, judíos y gentiles”, Ivanhoe, entonces, de la mano de una mujer y una judía, aparecía en “vuestro país cuando más ayuda necesita de una mano fuerte y un corazón generoso, y habéis humillado el orgullo de vuestros enemigos”, por lo que “estáis reservado para alguna gran proeza”.
Gran proeza que necesitaba de un héroe, pero no sólo de eso.
Aquellos torneos rápidamente devenían, se rumoreaba el regreso secreto de Ricardo a Inglaterra, en abiertos combates: el castillo del templario, tras hacer prisioneros a Ivanhoe, a Cedric el Sajón, a Lady Rowena su protegida, al último descendiente de los primeros monarcas sajones, Athelstone, a sus aliados judíos Isaac de York y su bellisíma hija Rebeca, fue atacado por la alianza entre los monteros del joven Locksley y el misteriosos Caballero Negro, y fue destruido.
Ricardo Plantagenet, Ricardo de Anjou, que como tal despertaba el resquemor de Cedric el Sajón, y entonces no, corregía él mismo, “Ricardo de Inglaterra”, Ricardo Corazón de León, amigo del inglés, se ganó el respeto y el amor de los sajones. Un héroe, pero también una autoridad capaz de reunir a los nobles sajones para poner un freno a los conquistadores normandos.
Reunión necesaria, pero no sólo eso.
Abiertos combates que, a su vez, prontamente devenían en una poderosa alianza entre la nobleza inferior con el héroe de las cruzadas Ivanhoe, con los judíos, con los monteros sajones capitaneados por el héroe popular Robin Hood, con el respetado Ricardo Corazón de León, y entonces, Ricardo, sin derramamiento de sangre, expulsó a los Templarios, obligó a la estampida de la corrompida alta nobleza, perdonó a su hermano Juan, prometió aflojar las severas leyes contra los campesinos.
Un héroe, o dos en realidad, el héroe de las cruzadas y el héroe popular, una autoridad querida, una poderosa alianza. Y de dos naciones enfrentadas en una misma tierra, emergería una sola nación, y “la mezcla de lenguas (lo que ahora llamamos inglés), fue hablada en la corte de Londres, y la hostilidad entre normandos y sajones desapareció por entero”.
(Editorial Oveja Negra. Traducción: Guillermo d’Ekaf)