
Eneas, en la Cartago de la reina Dido.
“Porque mientras en el umbral del vastísimo templo recorre todas sus maravillas con la mirada, esperando a la reina, mientras admira la prosperidad de Cartago, la maestría de los artistas en la exquisitez de sus obras, la magnificencia del edificio, descubre representados en una serie de cuadros los combates de Ilión, la guerra que la Fama ha dado ya a conocer a todo el orbe, y allí los Átridas, Príamo, Aquiles, cruel para ambas partes. Detúvose, y, con los ojos bañados en lágrimas, dijo:
- ¿Cuál será el lugar, oh Acates, cuál la comarca de la tierra que ignore nuestros infortunios? ¡Mira ahí a Príamo! También aquí se honra al mérito, se lamenta la desgracia, conmueven las alternativas humanas los corazones. Cesemos de temer; el renombre de Troya dará algún remedio a nuestros males.
Dijo, y en tanto que apacienta vista y ánimo en la contemplación de aquellas vanas imágenes, suspira y riega su tan larga vena de llanto. Presentes veía las batallas libradas alrededor de Pérgamo: aquí los griegos huyen, perseguidos de cerca por la troyana juventud; allí el penacho de Aquiles, que ataca desde su carro, y los frigios en fuga se muestran. Más allá reconoce llorando las blancas tiendas de Rheso: el hijo de Tideo, ensangrentado, habiendo sorprendido en el primer sueño a los guerreros de Tracia, los pasa feroz a cuchillo y llévase a su campamento los fogosos corceles que aún no han gustado los pastos de Troya, ni bebido las aguas del Xantho. En otra parte, Troilo, perdidas las armas, después de haber trabado el infeliz joven un desigual combate con Aquiles, va a merced de sus caballos: su derribado cuerpo, adherido por los pies al carro vacío, tiene aún en las manos las riendas; su cabellera barre el suelo; el hierro de la vuelta lanza traza un surco en el polvo. He aquí las troyanas que se dirigen, esparcidos los caballos, al templo de la irritada Palas, y le llevan el pelo, tristes, suplicantes, golpeándose el pecho con la diestra; más la diosa vuelve el rostro y mantiene fija en el suelo su mirada. Tres veces Aquiles ha arrastrado el cuerpo de Héctor alrededor de los muros de Ilión, y vende a peso de oro sus restos inanimados. ¡Qué gemido arranca entonces Eneas de lo más hondo de su pecho, al ver los despojos, el carro, el cuerpo mismo de su amigo, y a Príamo tendiendo las manos inermes! Distingue también su propia imagen, rodeada de caudillos griegos en la confusión de una batalla, y las falanges del Oriente, y las armas del negro Memnón. A la cabeza del contingente de las Amazonas que oponen a los golpes la medialuna de su escudo, se lanza Pentesilea con arrojo; inflamada en belicoso ardor entre millares de combatientes, descubierto el seno y sostenido por un cíngulo de oro, acomete y osa, medirse con varones.
Mientras el héroe troyano admira las pinturas y permanece absorto, no pudiendo apartar de ellas su vista maravillada, la reina Dido, esplendorosa de belleza, camina hacia el templo”.

