Mujercitas, de Louisa May Alcott

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Mujercitas, de Louisa May Alcott

En medio de la Guerra Civil, “¡es tan triste ser pobre!”, suspira May; en cambio Jo murmura que tendrán regalos esta Navidad; Amy piensa lo injusto de esta pobreza, y Beth con alegría dice que de todos modos “tendremos a papá y a mamá y a nosotras mismas”, esperando el regreso del padre, que partió al frente de batalla. Cada una se comprará algo con su propio dinero ganado: Jo, que era “un ratón de biblioteca”, un libro; Amy una caja de lápices de dibujo; Beth algo musical; dinero ganado con su propio trabajo: Meg dando lecciones de piano; Jo cuidando a “una señora vieja, nerviosa y caprichosa”; Beth fregando platos y arreglando la casa; solo Amy, la más pequeña, que va a la escuela no trabaja.

Ganan su propio dinero con su propio trabajo. Es lo que les enseñan sus padres. Que, en voz de su madre, nos va dando lecciones de la vida que debe ser.

[La madre enseña a JO con su propio ejemplo que ella, igual que su hija, se enojaba y no se controlaba. Pero que cada día intenta ser mejor, corregirse, para que sus hijas “pudieran recibir mis esfuerzos, para ser la mujer que ellas debían imitar”. Y todos nosotros con esta novela ejemplar].

Enseñanzas que, en un contrapunto, van contrastando con la rebeldía de Jo. Con las manos en los bolsillos, se puso a silbar. “Tienes ya edad Jo, de dejar trucos de muchachos y conducirte mejor … deberías recordar que eres una señorita”. Y JO: “¡No lo soy! … Detesto pensar que he de crecer y ser la señorita March, vestirme con faldas largas y ponerme primorosa. Ya es bastante malo ser chica, gustándome tanto los juegos, las maneras y los trabajos de los muchachos. No puedo acostumbrarme a mi desengaño de no ser muchacho; y ahora me muero de ganas de ir a pelear al lado de papá y tengo que permanecer en casa haciendo calceta como una vieja cualquiera”.

[Y el padre, no descuidando los propósitos que tiene con su mujer para sus hijas, le envía una larga carta desde el frente que concluye con un “sé que ellas recordarán todo lo que les dije, que serán niñas cariñosas para ti, y cuando vuelva podré enorgullecerme de mis mujercitas más que nunca”].

Aman a sus padres y su método de educarlas con el amor y el ejemplo. Pero Jo, qué lejos de la mujercita del papá tiene sus impulsos y sus sentimientos. Cuando con Meg las invitan a un baile, JO no se preocupa de la ropa, no se entusiasma mucho, “a mí no me gustan los bailes de sociedad; no me divierte ir dando vueltas acompasada; me gusta volar, saltar y brincar”; se aleja de las aburridas conversaciones de las muchachas y se recuesta contra una pared escuchando las conversaciones de los muchachos sobre patines, uno de los placeres de su vida. Se le acerca su vecino Laurie que “pronto perdió la timidez, porque la manera varonil de Jo le divertía mucho y le quitaba todo azoramiento”.

[Y la madre, les comparte sus proyectos: “Quiero que mis hijas sean hermosas, distinguidas y buenas, que se hagan querer y respetar; que tengan una juventud feliz; que se casen bien y prudentemente; que pasen vidas útiles y felices, tan libres de dificultades y tristezas como Dios quiera concederles. Ser amada y distinguida por un hombre bueno es lo mejor que puede ocurrirle a una mujer, y mi esperanza es que mis hijas conozcan esta hermosa experiencia”].

Pero Jo, es el contrapunto, que, joven, sin saberlo, abre otro futuro. Cuando visita a Laurie en su casa, él le pregunta si le gusta la escuela, y Jo que “no voy a la escuela, soy hombre de negocios; muchacha de negocios, quero decir”, se debe corregir.

[Y la madre las educa permitiéndoles hacer su propia experiencia: durante las vacaciones, solo jugar abandonando sus responsabilidades, hasta que, entre agotadas y con todo en desorden, la madre las alecciona: “El trabajo es saludable y hay bastante para todas; nos libra del aburrimiento y la malicia, es bueno para la salud y el espíritu y nos da mayor sentido de capacidad y de independencia que el dinero o la elegancia”].

Habrá una prueba difícil. Llega un telegrama desde el frente. El padre está gravemente enfermo.

La respuesta de Jo es la misma de siempre: “lo sufriré como un hombre”.

Hasta el final, esta mujercita que quiere ser como un hombre, imagen de independencia, juegos, libertad, autonomía.

Lo empezará a ir logrando, tal vez sin darse del todo cuenta, pero como mujer: presenta un cuento a un diario, y se lo publican, y le piden más. Y lloró de emoción, “porque ser independiente y ganar las alabanzas de las personas que amaba eran los deseos más ardientes de su corazón”.

Un contrapunto agazapado entre madre e hija, entre el mandato de ser mujercita y el deseo de ser hombre, de ser, ¿pero cómo podía decirlo en una imagen?, independiente, autónoma, libre. Deseo que empezará a ver que puede realizarse como mujer, no mujercita, escritora.

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