La cautiva, de Esteban Echeverría

A partir de

La cautiva, de Esteban Echeverría

“¡Oíd! Ya se acerca el bando

de salvajes atronando

todo el campo convecino

¡Ved que las puntas ufanas

de sus lanzas, por despojos

llevan cabezas humanas,

cuyos inflamados ojos

respiran aún furor!”

***

Civilización -ahora criolla- asolada por la barbarie -aún india-.

Provocadora barbarie, que con gritos decían:

“¿Dónde sus bravos están?

Vengan hoy del vituperio,

sus mujeres, sus infantes

que gimen en cautiverio,

a libertar, y como antes,

nuestras lanzas probarán”.

***

Festín por la noche. Un cautivo, Brian, intenta enfrentarlos; lo vencen, lo estacan, dejándolo como pasto de los buitres. Tras el bárbaro bacanal, todos quedan dormidos.

“Sólo, en vano tal vez, velan

los que libertarse anhelan

del cautiverio fatal”.

***

¿Quién se atreverá a realizar tan osado anhelo?

***

Ella. Ella va. María, la del puñal.

“Ella va. Toda es oídos;

sobre salvajes dormidos

va pasando; escucha, mira,

se para, apenas respira,

y vuelve de nuevo a andar.

Ella va; y aún de su sombra,

como el criminal, se asombra;

alza, inclina la cabeza;

pero en un cráneo tropieza

y queda al punto mortal.

Un cuerpo gruñe y resuella,

y se revuelve…, más ella

cobra espíritu y coraje,

y en el pecho del salvaje

clave el agudo puñal”.

Encuentra a Brian, de un cuchillazo rompe las ataduras de la estaca, lo alienta a huir, él, herido, no se atreve. En ella, “el amor y la venganza, alianza han hecho”, y lo alienta: “mira este puñal sangriento”.

***

¡Ay de las palabras y las cosas! Valiente, heroína, con sangre en su puñal, dándole ella valor a su amado, le dice:

“-No, no, tú vendrás conmigo,

o pereceré contigo.

de la amada patria nuestra

escudo fuerte es tu diestra,

y, ¿qué vale una mujer?

huyamos, tú de la muerte,

yo de la oprobiosa suerte

de los esclavos”.

¡¿Qué vale una mujer?! Si el es el escudo, ella es el puñal.

***

Seguirá probándolo: lo cargará sobre sus hombros cuando no pueda avanzar más, curará sus heridas, lo volverá a cargar sobre sus hombros trasladándolo a un claro junto al río cuando se acercaba un voraz incendio, lo protegerá de una leona. Hasta que murió, consumido por sus heridas.

***

Ya no la cautiva, excusa de Ruy Díaz de Guzmán, oscureciendo el verdadero motivo: la ancestral lucha de un hombre contra otro hombre para probar su supremacía, haciéndose con un botín, una mujer, el cuerpo de una mujer. Ya no la cautiva -la mujer-, de Rosa Guerra, víctima involuntaria de tres atributos: su belleza; la inhumanidad de las empresas de conquista; la -inconfesada- impotencia de la civilización frente a la barbarie. Ya no la cautiva de Eduarda Mansilla, víctima de la intriga y la traición, impotente venganza de la envidia y los celos de hermano contra hermano. Si no, la emergencia de la heroína por sobre la víctima, aunque aún sin poder reconocerla como tal.

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