Doktor Faustus, de thomas Mann

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Doktor Faustus, de thomas Mann

“Que Dios se apiade de vuestras pobres almas”. En esta época, en la que “corres hacia el abismo, Alemania”, saliendo de la humillante derrota de la I Guerra Mundial y levantándose con el “poder indigno” del nazismo poco después. En la que en la vida de Adrián Leverkûhn todo confluye a la catástrofe.

Porque en esta época, no hay lugar para “grandes obras y empresas”, si no es pactando con el diablo. No en ese encuentro literario en una pieza oscura. Sino en la dialéctica pesimista de las cosas, donde se unen lo sagrado y lo profano, lo antiguo y lo moderno, lo humano y lo bestial, el progreso y el retroceso, la libertad y la dictadura, la salud y la enfermedad, la dicha y la pena, el trabajo formal y la creación genial, la razón y la magia, la castidad y la pasión, lo bueno y lo malo, la teología y la demonología, la cultura y la barbarie, el veneno y la hermosura.

Y en el movimiento de lo uno a lo otro, engendrándose, el frenesí. Lo diabólico está ahí, en los excesos. Anclado en Alemania. Encarnado en Adrián el genial compositor, “porque entiendo que es algo conforme a la naturaleza del artista y su carácter. El artista tiende a lo extremado, a la exageración en ambos sentidos. A grandes bandazos oscila el péndulo entre la exaltación y la melancolía. Pero todo esto es vulgar al lado de las experiencias que nosotros podemos procurar. Se trata de llegar a los verdaderos extremos y eso es lo que suscitamos: ascensiones, iluminaciones, privaciones y desbordamientos, sensaciones de libertad, de seguridad de sí mismo, de poder y de triunfo, tales que nuestro hombre llegue a dudar de sus propios sentidos (sin contar la propia admiración por lo creado), una admiración sin límites que le permite prescindir fácilmente de la admiración de los demás; el amor escalofriante de sí mismo, acompañado de un delicioso temor, bajo cuya influencia vive con la ilusión de ser un vocero encantado, un monstruo divino. Y viene también, ocasionalmente, los profundos descensos, de una augusta profundidad, no sólo en el vacío, en el desierto, en la impotente tristeza, sino en el dolor y en la náusea, dolores ya conocidos, naturales, congénitos, pero agudizados por la iluminación”.

Si, pero ¿y si en vez del anti- Beethoven componiendo “El lamento del Doktor Faustus”, contra-Himno a la Alegría, esa tendencia a los excesos restaura la 9ª sinfonía? Quizá, la dialéctica pesimista devenga en una renovada dialéctica optimista. Y así, tal vez, nuestras almas puedan apiadarse de Aquel.

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