A partir de
El baile, de Irene Nemirovsky
Antoinette tiene 14 años, y las vergüenzas que en esa edad se sienten (como cuando la Sra. Kamp, su mamá, la reta en público; y para peor, delante de unos chicos, a ella, que ya anhela un enamorado), la ofensa que siente con las prohibiciones (como cuando la mamá no le permite ir al baile que ofrecerá a la sociedad, a ella, que ya sueña con seducciones de admiradores de su belleza de mujer), la competencia con su mamá (que, seguramente, en medio del baile, parecerá una cocinera a su lado, porque tiene toda la vida por delante y no arrugas que disimular con joyas), todo eso, la humilla.
Vergüenza, ofensa, competencia, humillación son los sentimientos que se revuelven en una familia de nuevos ricos: ayer, la Sra. Frank era Rosine, que vivía revoloteando hombres ricos, y sin éxito terminó casada con el padre de Antoinette, viviendo en un pequeño apartamento oscuro, “ese sucio agujero”, zurciendo calcetines, hasta que su marido, ex botones del Banco de Paris, después empleado, tuvo un golpe de suerte en la Bolsa. Y todo cambió. Su nueva casa tiene grandes salones blancos, empleados, chofer, joyas su madre, clases de piano Antoinette, impartidas por la prima de Rosine, Isabelle, que envidia ese golpe de suerte. También había que cambiar su pasado: Antoinette debía decir que antes vivían en Cannes. Y concluía que los adultos eran sucios, egoístas, hipócritas.
También todo eso debía cambiar: la Sra. Frank encargó a Miss Betty que al llevar a Antoinette en sus clases de piano dejara en el buzón del Correo las invitaciones, excepto la de Isabelle, que podía darle Antoinette en mano, como ocurrió. Lo que no ocurrió fue el resto del encargo: Miss Betty se encontró con su enamorado, y pidió a Antoinette que echara los sobres en el buzón, mientras ellos se besaban. Una nueva bofetada. Antoinette se tomaría su revancha.
Ahora sería la Sra. Frank la avergonzada, humillada, ofendida, en esa noche en la que nadie llegaría, excepto Isabelle, que disfrutaba ese momento que cambió, al menos por ese instante, la relación madre-hija.
Si en otra de estas carillas de lecturas compartidas me preguntaba por los resortes de la acción humana, aquí podemos hacerlo por sus medios: ¿la venganza, revierte aquellos sentimientos de vergüenza, ofensa y humillación, o los expande, los amplía?, ¿o es un momento del tránsito a la independencia, pero que impone su necesidad?