A partir de
“Hay que matar a todos estos bastardos tecnócratas y capitalistas”, y en época de derrota como repetía, resurge el “héroe norteamericano”, un “Thoreau enfurecido”, Thomas Munk, un genio matemático, un caso de bovarismo, de creación de una personalidad imaginaria, simultánea a la cotidiana, que actuó inspirado en Conrad y su “Agente secreto”, y siempre habría sido así: “había optado, como Alonso Quijano por creer en la ficción”; y también “mis viejos amigos en Buenos Aires habían hecho lo mismo: leían Guerra de guerrillas un método de Erenesto Che Guevara, y se alzaban al monte. Leían Que hacer de Lenin y fundaban el partido del proletariado; leían los Cuadernos de la cárcel de Gramsci y se hacían peronistas. Leían las Obras de Mao e inmediatamente anunciaban el comienzo de la guerra popular prolongada”. Es que en la novela del siglo XXI, “el héroe tendrá que ser el terrorista”; y el novelista, para equilibrar cierta vacuidad cuando se reabren períodos de acción colectiva y crear un puente pensarse como “cualquiera de los que estábamos reunidos ahí. Un triste grupo de lectores que seguíamos pensando en el carácter encantatorio de los textos literarios”.