El mandarín, de José María Eça de Queiroz

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El mandarín, de José María Eça de Queiroz

Teodoro el mediocre oficinista portugués de sueldo bajo, infeliz, resignado, pero que pretende comidas con champagne y las caricias de mujeres bellas, mantiene como pasatiempo la lectura de novelas, entre ellas aquella de aspecto mágico por lo viejo y llamativo de sus páginas gastadas y amarillentas. Y la novela lo provoca: haz sonar la campanilla y el mandarín Ti-Chin-Fu morirá, heredándote sus millones. Levantó la vista del libro, el diablo mismo con  sombrero de copa y paraguas lo alentó, la campanilla sonó, el mandarín murió, y Teodoro inició una vida de millonario.

Lujos, orgías, despilfarros, derroche, desprecio por las pecheras blancas de la aristocracia, las sotanas negras del clero, el sudor reluciente de la plebe que lo adulaban. No fue la única visita.

La culpa lo acechó: el mandarín se le aparecía a cada rato. Rezó, levantó Iglesias, realizó donaciones. Nada la aplacaba. Comenzó a sufrir por su familia seguramente arrojada a la pobreza, por el mismo Estado chino que había perdido a un gran consejero arruinándose. Se embarcó a China, debía reparar su crimen: hacerse mandarín y obrar sabiamente: no podría, ni siquiera sabía hablar el chino. Repartir una fortuna entre los pobres: no podría, el gobierno pensaría alentaba la rebelión.

¿Qué era lo que podía hacer? Su amigo Camillov, el embajador de Rusia no dudó en aconsejarle: “mata al muerto”.

Escogió otro camino: Buscar a la familia y donarle algunos millones. Tampoco pudo, ni encontrarla ni acercarse a los apartados poblados en que el pueblo lo saqueaba enterado de sus millones.

¿Qué hacer? Volvió a Europa. Ti-Chin-Fu volvía a aparecer. Volvió a vivir en la miseria: le dieron la espalda. Volvió al despilfarro, y con él la soledad, la tristeza, el vacío. El sosiego de la miseria lo había abandonado. Sacó su propio consejo: “solo tiene buen sabor el pan que día tras día ganan nuestras manos. ¡No mates nunca al mandarín!”.

Cuántos puntos de reinicio en esta vida. Acaso una novela con algo de mágico. Y cuántos puntos de inflexión nos obliga a enfrentar. ¿Qué haremos? ¿mataremos al mandarín? ¿o, mejor aún, mataremos a nuestros muertos?

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