A partir de
La llave estrella, Primo Levi
Libertino (aunque su padre quiso que fuera Libero- Libre, pero el funcionario fascista del Registro Civil no accedió) Faussone tiene amor por su trabajo. Es montador, lo que le permite no tener jefes, viajar por el mundo, y contar sus historias. Y el químico que lo escucha y quiere pasarse al oficio de escritor, remarcando que “así como existe el arte de contar también existe el arte de escuchar”. Ahora, las historias de Faussone.
Aquella en Africa, que la acción sindical consistía en un embrujo contra los malos patrones; aquella en que se hizo amigo de un mono, que quería imitarlo. Pero el quiere hablar de su oficio, de sus herramientas, de sus materiales, “las planchas y los perfiles, que son los verdaderos héroes de sus relatos”: la historia del electroducto, su primer trabajo; la historia del montaje de la columna separadora de agua y ácidos mal proyectada; la historia de la máquina para la extracción de petróleo en Alaska y en el medio de océano; incluso la historia de hojalatero de su padre, que al retirarse con su oficio ya en desuso hizo su última creación: el monumento al panadero desconocido; en Calabria montando un armazón de botadura para un puente; en India la grúa para un puente colgante; en Rusia una grúa
Y así, con su llave estrella “colgada del cinto porque ésta es para nosotros lo que la espada para los caballeros de otro tiempo”.
Su amor al trabajo es el de su experiencia: “Esta región sin límites, la región del curro, del boulot, del job, en fin, del trabajo cotidiano, es menos conocida que la Antártida; y por un triste y misterioso fenómeno, sucede que hablan de ella, y con más ruido, precisamente quienes menos la han recorrido”.
Tal vez. Pero veamos más de cerca: Se puede y se debe combatir para que el fruto del trabajo quede entre las manos de quien lo origina, y para que el trabajo como tal no sea puro penar; pero el amor, respectivamente el odio, hacia la obra son un dato interno, originario, que depende mucho de la historia del individuo, y menos de cuanto se cree de las estructuras productivas en cuyo marco se desarrolla el trabajo”.
Es la conclusión de su experiencia, ¡y cuánto entonces el ser determina a la conciencia!, con su reducida realidad, contrastante con la de millones aprisionadas por aquellas estructuras productivas del moderno esclavo asalariado. Una cuestión de frecuencias relativas. Decisiva. Porque si “el amor al propio trabajo constituye la mejor aproximación concreta a la felicidad en la tierra: pero ésta es una verdad que no muchos conocen”. ¿No es hora que muchos comiencen a conocerla?