La montaña mágica, de Thomas Mann

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La montaña mágica, de Thomas Mann

Joachim, joven enfermo aspirante a oficial del ejército, está internado en el Sanatorio Internacional Berghof, allá arriba en la montaña. Su primo Hans Castorp sube a visitarlo, aunque pensando en sólo tres semanas, se terminará integrando al “círculo mágico” del dr. Krokowski. Allí, descubrirá que también está enfermo. No lo sabía de antes. Ni fue tampoco solamente para visitar a su primo. ¿Por qué subió entonces?, ¿y con qué se encontraría?

En ese tiempo, a la vez objetivo y experiencia subjetiva, acelerándose y enlentenciéndose, concentrándose en un punto hasta desaparecer, estáticamente eterno o irrumpiendo infinitamente, recorrió una travesía, no la de la subida a la montaña, sino la de su estadía allá arriba: desde las rigurosas costumbres conservadoras de su infancia y adolescencia (conectadas ancestralmente por la pila bautismal de plata), a la vida, la personalidad, lo terrenal (con el viejo holandés Peeperkorn) y el amor y la pasión (con la dama rusa Mme. Chauchat), experimentado por el cuerpo en bruto (por medio del dr. Behrens y guardando el “retrato interior”, la radiografía que le proveyó de Mme. Chauchat), pasando por la discusión, la elocuencia, la inteligencia (del jesuita revolucionario destructor de todo Naphta, que luchaba por la dictadura del proletariado y el comunismo como realización de la doctrinas del Papa Gregorio XVI; y del humanista, progresista burgués, y pedagogo de la juventud francmason Settembrini). La búsqueda de sensaciones y el placer de la experiencia terminó en el embrutecimiento: la vida muerta, y la gran irritación de unos contra otros.

Pero no fue por esto que subió. Subió por rechazo al trabajo: “Un trabajo sostenido irritaba sus nervios, le agotaba rápidamente, y reconocía con franqueza que, en resumen, amaba más el tiempo de libertad, el tiempo sobre el que no pesaba labor penosa; el tiempo que se extendía ante él libre”; por rechazo a toda actividad práctica. Todo lo que era la vida allá abajo, en “el país llano”. Así, se ocupaba de su gobierno: la reflexión constante de “las sombras espirituales de las cosas, pero no de las cosas mismas”. Y se encontró, y la magia estaba allí, no en los experimentos sobrenaturales con la médium Ellen Brand, con la alquimia hermética, la transubstanciación de su ser, al descubrir el principio genial de la enfermedad y la muerte, uno de los caminos a la vida (el otro “es el camino ordinario, directo y honrado”). Estaba listo, prepara sus maletas, su mentor Settembrini lo despide: “esperaba verte volver al trabajo”. ¿Por qué asi de repente después de 7 años, después de haber previsto sólo 3 semanas que desbordó sin inconvenientes?

Un trueno sacudió la montaña mágica: el asesinato del archiduque, dando la señal.

Fue así repentino. Cuando nada parecía augurarlo, como es con una tormenta. Y hoy, con este acomodo y naturalización de lo existente, repleto de Hans Castorps, ¿no oiremos sonar un trueno, que sacuda nuestra montaña mágica? La literatura también enseña.

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