A partir de
La Reina Isabel cantaba rancheras, Hernán Rivera Letelier
Es la historia del cierre de la última oficina salitrera, María Elena. Que murió antes de morir, con la muerte de la Reina Isabel, la decana de las meretrices.
Historia epopéyica de la pampa, sin héroes ni aventuras, sino con obreros comunes con desventuras. Con banquetes proletarios; con migraciones internas movilizadas por la ilusión de enriquecerse para terminar en esa tumba; cuna del sindicalismo nacional; obreros poetas que de contrabando introducen en los festejos de días patrios frases de libros de la editorial Quimantú; abusos patronales; desolación; soledad; leyendas inverosímiles (las pichangas increíbles con 172 jugadores de cada lado, las caravanas de coches de lata de los niños descalzos y sucios recorriendo el desierto, el Burro Chato y su licencia para fornicar burras); despidos inesperados; huelgas heroicas derrotadas pero vivas en la memoria orgullosa de los mineros; pobreza inaudita; pago en fichas; viviendo en los buques (miserables dormitorios) de las ciudadelas obreras; sufriendo las brutalidades represivas tras el golpe de Pinochet. Las oficinas, “la tristeza y el abandono sobrecogedor”.
Y otra historia, secreta, la de las putas. No por ocultar su presencia festiva, ruidosa, insolente. El secreto estaba en que se trata de “la parte tierna y tremendamente humana que hizo posible la gran epopeya del salitre”. Con las ilusiones de amor, el engaño conciente, tierno, de hacer sentirse hombres queridos a esos mineros rudos, silicosos, desesperanzados. ¿No hace la ilusión privada, la utopía colectiva, que la vida se mueva, se sostenga, se eleve, caiga y se vuelva a levantar, extrayendo lo mejor que la humanidad guarda en reserva, esperando ser de verdad amados por la Reina Isabel, esperando vivir una vida mejor para todos?