A partir de
Un marido ideal, de Oscar Wilde
No busques un marido ideal. La estrella ascendente del Gabinete inglés, Robert Chiltern, modelo de virtud en la vida pública, admirado por su mujer Lady Chiltern, sufre un vil chantaje: Mistress Chevely tiene en su poder una vieja carta, cuando advirtió años atrás al barón Arnheim de la construcción del Canal de Suez antes de que se hiciera público, para comprar acciones a bajo precio y enriquecerse fabulosamente, compensando generosamente a Robert. Entusiasmados, el barón aconsejó a la Mistress que comprara acciones en un canal que se construiría en el Sur de la Argentina.
Pero esta vez, Robert preparaba un informe desfavorable, naufragando el proyecto y perdiendo las acciones todo su valor. Con insolente decisión Mistress Chevely advirtió a Robert que cambiara su informe a uno favorable, o daría a conocer la carta privada arruinándolo públicamente.
Este era su talón de Aquiles, porque fue educado en “la más terrible de las filosofías, la filosofía del poder, el más terrible de los evangelios, el evangelio del oro”. Pero no se trataba en realidad de su fortuna, porque “el lujo no era nada más que un decorado, un fondo pintado en una obra, y que el dominio del mundo, era la única cosa que valiera la pena de ser poseída, el único placer que valía la pena ser conocido, el único goce del cual no se cansaba uno nunca, y que en nuestros tiempos los ricos eran los únicos que lo poseían”. Y que entonces la política exigía compromisos.
Es aquí donde chocó también con su mujer, para quien lo único que exigía la vida eran los principios, demandándole que sin importar otra cosa, mantuviera su informe desfavorable, porque ella lo amaba por su virtud, era su marido ideal.
Acceder al chantaje de Mistress Chevely, cambiando repentinamente su informe lo hundiría ante los ojos de su mujer y sus pares; rechazarlo y ceñirse a sus principios, como quería Lady Chiltern, lo hundiría públicamente conociendo el origen corrupto de su fortuna. ¿Cómo resolvió este difícil dilema? Mientras tanto, podía concluir que no hay carga más pesada que ser un hombre, un marido, ideal; en lugar de un hombre común, simple, con contradicciones, capaz de pecar, perdonar y ser perdonado.