Una saga moscovita, de Vasili Aksionov

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Una saga moscovita, de Vasili Aksionov

Rusia, 1925, año 8 de la Revolución, en proceso de normalización – Rusia, 1953, muere Stalin. Antes, la Revolución había comenzado a morir, a manos de Stalin: “¿Cómo es que nosotros, el ejército de los sublevados, nos convertimos tan rápido en el ejército de los castigadores?”, se preguntaba Nikita Gradov, alto oficial del Ejército Rojo, Héroe de la Unión Soviética en la II Guerra Mundial.

(¿Por el “pecado original” (esto es mío) de Krondstadt?, ¿por pusilánimes? ¿por la liquidación de todos los dirigentes bolcheviques forjados en los años de las 3 revoluciones, y el aplastamiento de la Oposición?, ¿por miedo/hipnosis colectiva/ impotencia/ terror estupefaciente?, ¿porque es más difícil enfrentarlo cuando viene de tu propio bando?, ¿porque la historia de Rusia es una de olas de represión y represalias?, ¿porque el país estaba gobernado por una pandilla de bandidos con una lógica de bandoleros?, ¿por la estabilidad de los años ’50?)

Así, el Moscú de esta saga, “ciudad impregnada de mentiras y de crueldad”, era el de la familia Gradov, un clan que era “la tradición, el gradovismo”. Y que concentraba “la amargura de los destinos humanos”.

¿Cuáles? Que allí, en ese entonces, todos los destinos, deseos, aspiraciones, terminaban en su antagónico contrario.

Veámoslo en las historias de sólo algunos de ellos: El patriarca Boris Nikítovich Gradov, médico ruso tradicional, que en su casa en el Bosque de Plata con su mujer Mary Vajtángovna y sus conciertos al piano de Chopin, buscaba conservarse como reducto ante la ola revolucionaria, y terminó como alto funcionario del Estado, oficial médico del Ejército Rojo, Diputado al Soviet Supremo. No sólo eso: le salvó la vida, como médico, al propio Stalin. No sólo eso: terminó en las cárceles de Stalin. Su hijo mayor Nikita Gradov, oficial de un Ejército Rojo de cuadros cínicos que se burlaban de la Revolución, terminó como Héroe de la Unión Soviética. No sólo eso: fue asesinado por los servicios secretos del tenebroso Beria. Y al revés, su hijo menor, Kiril, ferviente komsomol, Licenciado en Historia Marxista, instructor del Partido en los koljoses, terminó en los campos de concentración de Stalin. Boris IV, nieto de Boris el patriarca, hijo de Nikita, ex oficial en el destacamento de las misiones especiales tras las líneas enemigas en la II Guerra, héroe deportivo de la URSS, solicitó a, y obtuvo de, Vasili, hijo de Stalin, el mismo que los había asesinado, humillado, condenado a los campos de concentración, que salvara a su tía Nina de las garras de Beria, y su costumbre de levantar jovencitas de la calle para abusar de ellas.

Nikita reflexionaba: “tengo que recordar siempre el trasfondo tragicómico del destino”.

Trasfondo tragicómico que para el autor irrumpió porque “había surgido una nueva clase, desde luego, una jerarquía casi hereditaria. Un desarrollo muy curioso del marxismo”. Que nos dice, con Tolstoi, que no se trata de la contrarrevolución stalinista (sin liquidar, aunque degenerándolo, al Estado Obrero), sino de “la suma de arbitrariedades humanas (que) creó la Revolución (francesa) y Napoleón; y sólo esa suma de arbitrariedades los soportó y aniquiló”; arbitrariedades que incluyen el papel del individuo en la historia.

Saga dramática, triste, inexorable. Pero dejemos al autor, y veamos las cosas más de cerca, lo que nos dicen los Gradov: que “hacía mucho tiempo que no había ninguna Revolución”.

¿No fue entonces (contra el sentido común vigente) el aplastamiento stalinista de la Revolución  -no la misma Revolución- lo que trastocó en su antagónico contrario lo que comenzaba a emerger, concluyendo amargamente, lo que había comenzado luminosamente? Una buena conclusión, permite un nuevo buen comienzo.

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