A partir de
Vida y destino, de Vasili Grossman
Ese terrible siglo XX, de eso se trata. ¿Cómo abarcarlo?
Se concentró allí, en esos tres lugares: en Stalingrado esa ciudad con esa batalla del pueblo decisiva que decidió el destino de la humanidad con su victoria sobre el nazismo; en los campos de concentración nazi y las cámaras de gas, que infligiendo su cruel inhumanidad, hacían emerger la más conmovedora humanidad; en los campos de detención y las cárceles de Stalin, que negaban la esencia de la revolución proletaria y el socialismo reflejando la transformación de la sociedad que nació de la Revolución de Octubre en el régimen burocrático de Stalin.
Ese siglo XX hizo que Stalingrado se convirtiera en la capital del mundo, centro de la pasión y el pensamiento de la humanidad. Esa batalla del pueblo que le hacía sentir que era como en tiempos de Lenin, aunque la Lubianka encerrara a la vieja guardia, a los bolcheviques por los funcionarios de los nuevos tiempos del régimen stalinista del socialismo en un solo país, con toda la vida sometida al régimen burocrático, con todas las vidas desoladas por las delaciones, las confesiones forzadas, el miedo, la sumisión. Y que aunque mantenía abierta la tácita disputa Estado/pueblo, se resolvería en favor del Estado encarnado por Stalin, fortaleciéndolo. Todo en nombre de la Clase, ahora una piel sin cuerpo, usurpada a los bolcheviques por la nueva burocracia, que después remitiría además a la Patria rusa. Así como en nombre de la Raza y la Nación alemana los nazis liquidaban a los judíos.
Ese siglo XX concilió cosas opuestas e incompatibles: la Gestapo y el renacimiento científico; la revolución y el exterminio. Bajo el manto demoledor de los sistemas totalitarios.
Una nueva época en curso. Una nueva sociedad que nacía y rápidamente degeneraba. Una larga meditación que atraviesa desesperadamente cada episodio: ¿esa época terrible encontraba algún límite? Sí: en la aspiración de libertad, en la bondad simple del hombre común, en el hombre a secas, en lo singular único e irrepetible del individuo, contrapuesto a las grandes ideas (Clase, Nación, Raza). Y el hombre obtenía su amarga victoria: aunque cada siglo crea un dios a su medida, y el de ese es el de los servicios secretos y los campos de detención, jamás se podía aniquilar su humanidad. Aunque la clave de ese siglo estaría en que el hombre ya no forja su propia felicidad, sino que es llevado por su destino. Estas conclusiones nos las presenta nuestro autor.
¿Pero qué nos dicen nuestros personajes? Algunos, llegan a las mismas conclusiones: el místico Ikonnikov, prisionero de un campo de concentración nazi, promoviendo la bondad del hombre simple sin adjetivos. El intelectual Víctor Shtrum, permanente crítico en nombre de la libertad, que la abandona al recibir los favores directos del mismísimo Stalin.
Otros, llegan a conclusiones contrarias: Yershov, prisionero en un campo de concentración nazi, aunque hijo de deskulakizados que padecieron la furia stalinista, organizaría la resistencia anti-nazi allí en el mismísimo infierno, en nombre del bolchevismo. Mostovskoi, viejo bolchevique también prisionero en campos de concentración nazi respondía orgulloso antes de morir a sus carceleros, que nada tenía que ver el totalitarismo del Reich fascista con el Estado socialista. El obrero ahora oficial del Ejército Rojo en el frente de Stalingrado, Bova, critica a la burocracia definiéndola como un obrero sufriendo en su propio Estado, aunque su superior también crítico de la burocracia Darenski la definiera como el cuerpo mismo del Estado. Krimov, viejo bolchevique encerrado en la Lubianka afirmaba mientras buscaban quebrarlo, que esto no es el socialismo ni la revolución proletaria.
Esa larga meditación del autor y las respuestas que encuentra, es respondida de forma diferente por sus personajes obreros y socialistas. Hay allí grandeza del autor.
Y hay algo más que estas diferentes respuestas: vivimos con esta novela, en una sociedad naciendo, degenerándose, una sociedad que se piensa a sí misma en cada episodio. Lo hacen los grandes novelistas, los judíos, los soldados, los obreros, los bolcheviques vejados. Una sociedad que rompe toda naturalización de lo social, ¿no pervivía allí también, aún cuando todo parecía hundirse, un germen emancipador?, ¿y no es necesario, ahora, revivirlo?