A partir de
El equipaje del viajero, de José Saramago
Podemos acompañarlo sabiendo que “lo mejor de los viajes es exactamente el viaje, la crónica”, que “la providencia de los cronistas es (aquí lo confieso) la asociación de ideas”.
Y vale, porque “la vida es breve, pero en ella cabe mucho más de lo que somos capaces de vivir”, por eso, aunque “aquí se hable de simplezas cotidianas, pequeños acontecimientos, leves fantasías”, encontramos desde hechos extraordinarios, a cartas a los abuelos, pasando por libros leídos, museos visitados, moralejas y consejos, homenajes a personajes, argumentos para cuentos, recuerdos y previsiones.
Elijo entre ese pequeño universo de simplezas, “La ciudad”, fuera de cuyos muros vivía un hombre con “esa niebla melancólica que envuelve a todo desterrado”. Intentó entrar varias veces, pero elegía la puerta equivocada. Pero más bien, se trataba de que “el hombre no sabía que las ciudades rodeadas de muros no se toman sin lucha… Nadie sabe nada de sí antes de la acción en la que tendrá que empeñarse todo él”.
Lo hará, con la ayuda de algunos dioses, triunfaron y finalmente “entramos –y sólo después de haber entrado, la ciudad quedó habitada”.