A partir de
Mundo del fin del mundo, de Luis Sepúlveda
El desastre ecológico tiene nombre y apellido: las talas indiscriminadas de árboles y los buques- factoría que “para conseguir sus propósitos no vacilan en asesinar los océanos”. En este caso, en mano de los japoneses, en los mares del extremo sur de Chile, a bordo del Nishi Maru capitaneado por Toshiro Tanifuji que se hacía llamar con orgullo “el depredador de los mares del Sur”.
Dispuestos a pararlos, un archipiélago de hombres y mujeres dispersos por el mundo: el periodista con su agencia de noticias alternativa con sede en Hamburgo, la joven chilena que quería colaborar como corresponsal desde Punta Arenas, los activistas de Greenpeace, el viejo hombre de mar Jorge Nilssen con sus socios y tripulantes para quien su patria era la barca en la que nació. Y quienes, a diferencia de los buques de caza y sus tripulaciones expertas en informática, no “han dado la espalda al embrujo de los océanos”. Son sensibles a los 70 sonidos con los que se comunican aquellas ballenas que aquellos exterminaban sin piedad y bárbaramente.
Presenciaron una batalla insólita, difícil de creer, contra el buque-factoría del despiadado capitán japonés. Escúchela de boca de Nilssen, créala, hay reservas de esperanza que surcan el mundo.
El periodista de Hamburgo que hizo este viaje al mundo del fin del mundo, empezó su camino al revés: en un barco ballenero a los 16 años.
Empezó con la imaginación, acompañado de Emilio Salgari, Julio Verne, Jack London y el Herman Melville de Moby Dick.
Siguió después alentado por su tío Pepe que “no cesaba de repetirme la necesidad de descubrir camino y echarse a andar”.
Y ese descubrir, y ese andar, con el tiempo, puede ser, como aquí, de signos contrarios, ¿no?, aunque manteniendo un mismo Norte, o Sur, en este caso.