A partir de
Malena es un nombre de tango, de Almudena Grandes
Para Malena, después de aquella despedida fatal de Fernando, todo fue una desgracia, “desde entonces, me he despreciado a mí misma todos los días de todos los meses de todos los años de mi vida”. Le dijo, hay mujeres para follar y mujeres para enamorarse, y nunca más lo volvió a ver. Y sabía que no podía ser eso, que no podía ser él quien dijera eso.
¿Pero fue eso? Desde niña, sentía culpa. Culpa porque su placenta absorbió casi todos los nutrientes de su madre a costa de los de Reina, su hermana melliza. Culpa porque era diferente. Culpa porque le daba asco su tía Pacita que vivía en una silla de ruedas desconectada de todo con la mirada perdida. Culpa cuando supo que tenía “la sangre mala”, de su antepasado de la Conquista, Rodrigo, de su abuelo Pedro, de su tío Tomás, de su tía Magda. Después, vino el sexo. Vino con el amor puro de Fernando, vino con la pura pasión de Agustín, vino con la seguridad de Santiago, con quien tuvo a su hijo Jaime, “nombre de héroe”, uno derrotado.
Supo, descubrió en sus desgracias, el exceso y el vértigo. Sexo, drogas, pop. Sentirse excitada cuando la llamaban zorra. Y también ofendida. Deseada y despreciada. Cargó como un estigma con lo que le repetían, ellos son todos unos cerdos; con lo que le inculcaban, ellas son todas santas. Supo que, salvo la biología, ser mujer es algo cultural. Supo del abandono. Supo de la traición.
Le dijeron, “la maldición es el sexo”. Le dijeron, “eso de la maldición es una bobada”. Le dijeron, “no pasa nada”.
Sintió que todo se derrumbaba. ¿Era la sangre mala?, ¿la culpa?, ¿el exceso?, ¿el vértigo?, ¿el estigma que le colgaban?, ¿ser mujer?
Supo, también, que podía tocar la puerta del hombre que volvió a decirle lo buena que estaba.