Las tentaciones de San Antonio, de Gustave Flaubert

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Las tentaciones de San Antonio, de Gustave Flaubert

 

“¡Vaya existencia la mía!… ¿no acabará nunca esto? ¡No puedo más! ¡Basta, basta!”. Las fuerzas del anacoreta habían llegado a su límite.

¿Eran los penosos sufrimientos? “Hace ya más de 30 años que estoy en el desierto gimiendo sin cesar”. ¿O sería otra cosa? “Mi penitencia fue tan extrema que ya no le temía a Dios”.

La crisis se desató. “Siento mi corazón crecer como el mar poco antes de que llegue la tempestad”.

Las tentaciones del mundo se presentan, una a una. Los aromas de las comidas; riquezas fabulosas; el poder, transformándose en el mismo Nabucodonosor; la Reina de Saba, “todo lo que tu deseo haya imaginado, ¡pídemelo! No soy una mujer, soy todo el mundo”; la razón y sus argumentos contra sus creencias; los herejes –doctores, magos, obispos y diáconos- con sus prédicas; las otras creencias, con sus otros dioses, seguidas por centenares de millones de hombres; la flecha envenenada de Apolonio cuando lo interpela, “¿cuál es tu deseo?, ¿tu sueño?”.

Sus tentaciones lo llevaron más allá. “Por encima de todas las formas, más lejos que la tierra, allende los cielos, reside el mundo de las Ideas, llenado por el Verbo. De un salto franquearemos el otro espacio y captarás en su infinidad al Eterno, a lo Absoluto, al Ser. Vamos, dame la mano y ¡en marcha!”.

Conociendo las otras creencias, “¿no te parece que, en ocasiones, tienen algún parecido con… el Dios verdadero?”. La ciencia. El Diablo. Las tentaciones del suicidio y el placer. Las formas puras de la Esfinge y la Quimera. Los seres fabulosos: los blemios, los nisnas, los astomi, el sadhuzag, la martícora, el basilisco, el grifo, el unicornio. Los animales del mar.

Conoció todo. Quiso ser todo. “¡Qué felicidad: he visto nacer la vida, he visto comenzar el movimiento! La sangre me late tan fuerte en las venas que parece como si fuera a romperlas. Siento anhelos de nadar, de ladrar, de mugir, de aullar… Quisiera tener alas, un caparazón, una corteza como los árboles; quisiera echar humo, tener una trompa, retorcer mi cuerpo, dividirme en muchas partes, estar en todo, emanar mi esencia junto con los olores, desarrollarme como las plantas, fluir como el agua, vibrar como el sonido, brillar como la luz, acurrucarme en todas las formas, penetrar en cada átomo, bajar hasta el fondo de la materia, ¡ser la materia!”.

Había concluido un largo viaje, cuando al inicio Hilarión, otro de los primeros anacoretas y compañero de San Antonio, lo reconvino: “hipócrita es el que se adentra en la soledad para mejor entregarse al desenfreno de sus apetencias… tu desprecio del mundo es debido a la impotencia de tu odio contra el mismo”. Abrirse al mundo. Abrazarse al mundo. Reconciliarse con el mundo. Fundirse con el mundo. Ser todo.

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