A partir de
El sueño, de César Aira
Natalio y Mario, padre e hijos, con su kiosko de diarios, y toda su rutina, tanta que les permite saber qué diario o revista les va a pedir el que está llegando. Mario es claro, “soy enérgico partidario del orden, recomiendo hacerse horarios y cumplirlos … hay que ser práctico,, hay que ser realista”.
Pero aquella mañana “casi sin quererlo se había metido en una aventura” entre su kiosko, la fábrica cercana Divanlito, el Refugio para madres solteras de al lado, y el convento-iglesia-colegio la Misericordia, cuando la profesora de música del barrio le preguntó por Lidia, una de las madres solteras que recurría al Refugio. “Qué curioso. Nunca les pasaba nada, pasaban meses enteros sin que ocurriera nada fuera de lo común, en la rutina más anodina, y hoy no solo había una novedad rutilante, sino que había dos juntas”.
Aunque sería apenas “una novelería de locos”. Más precisamente, “ridícula”. Que genera “un anticlímax”.
Pero bueno, Mario debía enfrentarla, y resolverla. Al menos, porque “no había nada que, en el fondo, él amara tanto como su propia vida, las pequeñas circunstancias que se encadenaban en esas mañana rutilantes del trabajo, siempre iguales y siempre distintas. Necesitaba apoderarse de Lidia como de un talismán, para que la vida corriente, la mañana corriente, pudiera reanudarse con buen pie”.
Llegar al fin de aquello extraordinario, entrometido en lo ordinario, para recuperar el apacible gusto de lo corriente.