La tragedia de Macbeth, de Shakespeare

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La tragedia de Macbeth, de Shakespeare

 

Su encumbramiento fue su abismo. Volviendo vencedor de la batalla contra la rebelión interna apoyada por el rey de Noruega, el bravo Macbeth es ensalzado por su rey escocés Duncan y nombrado thane (barón) de Cawdor. Tal como le predijeron las tres brujas, agregando que sería rey también. Cumplida una predicción, debía cumplirse la otra.

Pero para eso, debería vencer varios obstáculos. El primero, él mismo. Lo sabía su esposa, Lady Macbeth que pensaba, “¡… serás cuanto te han prometido! Pero desconfío de tu naturaleza. Está demasiado cargada de la leche de la ternura humana para elegir el camino más corto. Te agradaría ser grande, pues no careces de ambición; pero te falta el instinto del mal, que debe secundarla”.

Vacila, duda, Y nuevamente Lady Macbeth los vence: “¿Tienes miedo de ser el mismo en ánimo y en obras que en deseos?”. Y se deciden, y traman el asesinato del rey, y lo consuman, y la culpa los corroe, “el ruido más leve me hiela de espanto”, “vivir así, sobre el potro de tortura del espíritu en una angustia sin tregua”. Pero ya han ido muy lejos, Macbeth concluye que “¡es preciso que todo ceda ante mí! He ido tan lejos en el lago de la sangre que si yo avanzara más, el retroceder sería tan difícil como el ganar la otra orilla”. Nuevos asesinatos cubren el reino.

La rebelión se prepara, “ay, pobre patria… no puede llamarse nuestra madre sino nuestra tumba”, se lamentan los nobles perseguidos. Una vez más, el primero que prepara su caída, es él mismo, las brujas y su ama Hécate le tienden la trampa, convocando los espíritus que “le precipitarán a su ruina. Despreciará al hado, se mofará de la muerte y llevará sus esperanzas por encima de la sabiduría, la piedad y el temor. Y vosotras lo sabéis: la confianza es el mayor enemigo de los mortales”. Así, le aconsejan, “ten arrogancia”, “no serás nunca vencido”.

La rebelión lo cerca, y “ve ahora que sus asesinatos secretos le atan las manos; que las revueltas, que se suceden de minuto en minuto, le reprochan su mala fe… ve, en fin, que su dignidad real flota alrededor de él como el manto de un gigante que hubiera robado un enano”.

La venganza se consuma, Macbeth cae en la batalla.

¿Fue la ambición de Macbeth lo que desencadenó la tragedia que asoló a Escocia?, ¿o fue “el instinto del mal”? ¿No fue, más bien, haber violentado su naturaleza, la ternura por el mal; la prudencia por la arrogancia?

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