A partir de
El retrato de Mr. W.H., de Oscar Wilde
“Morir por una creencia religiosa es el peor empeño que puede uno hacer con su vida; pero morir por una teoría literaria, parecía totalmente imposible”. Y sin embargo, murieron Erskine y Cyril Graham.
Cyril era bello y representaba, como en el antiguo teatro, los personajes de mujeres de Shakespeare. Tenía “una teoría extraña”, que los Sonetos de Shakespeare dedicados el enigmático W.H. no se referían a Lord Pembroke, sino a Willie Hughes, “que no era otro que el joven actor para quien Shakespeare creó Viola e Imogenea, Julieta y Rosalinda, Porcia y Desdémona, y Cleopatra misma”.
Cyril lo pudo sostener analizando cada uno de los Sonetos. Pero, le retrucó su amigo Erskine, “era necesario conseguir alguna prueba de la existencia de aquel joven actor fuera de los Sonetos”. Es que no figuraba en la lista de El Globo.
Para Cyril, su teoría se bastaba a sí misma, pero un buen día salió de Londres, y reapareció más tarde con un retrato de un joven “de una belleza realmente extraordinaria, aunque sin duda un poco afeminado. En verdad, si no hubiera sido por el traje y el cabello corto, abríase dicho que aquel rostro de ojos soñadores y labios tan finos y rojos, era el de una muchacha”. Por casualidad Erskine descubrió la falsificación, se la había hecho pintar a un pintor pueblerino. Pelearon agriamente, Cyril se suicidó, y ahora le contaba esta historia a su joven amigo.
Que creyó en la historia, continuó la investigación, encontró nuevos argumentos, le escribió a Erskine, lo convenció. Y Erskine, convencido, quiso hacerla pública. Su joven amigo, seguidor ahora de Cyril, retrocedió, le dijo que no, que en realidad no había pruebas suficientes, “diga lo que diga la literatura novelesca en defensa de la teoría de Willie Hughes, la razón se ha pronunciado en contra de ella”. Erskine también dejó Londres y murió poco después, dejándole una carta: “Sigo creyendo en Willie Hughes, y cuando recibas ésta, me habré dado muerte por mi mano en honor de Willie Hughes y en honor también de Cyril Graham, a quien impulsé a la muerte con mi necio escepticismo y mi falta de fe, llena de ignorancia. La verdad te ha sido revelada una vez y la has rechazado. Ahora vuelve a ti manchada con la sangre de dos vidas: no la rechaces nuevamente”.
Quizás la prueba sí estaba más allá de los Sonetos, y más allá de un retrato falsificado; estaba en Cyril, otro bello actor joven que representaba a “Viola e Imogenea, Julieta y Rosalinda, Porcia y Desdémona, y Cleopatra misma”, capaz de imaginar un Willie Hughes hasta hacerlo representar en un retrato, mostrando “el lazo íntimo y vital entre la vida y la literatura”, a través de los tiempos.