A partir de
Nombre de torero, de Luis Sepúlveda
Juan Belmonte, conoce “la más contemporánea de las artes: saber perder”.
Juan Belmonte, ex guerrillero chileno, del Ejército de Liberación Nacional que luchó con Peredo en Bolivia, en Nicaragua, formado en Cuba, terminó de “matón de burdel” en Hamburgo. Es que, “¿para qué diablos sirve un tipo como yo? ¿Para qué diablos sirve un ex guerrillero de 44 años?”. Cuando va a la Oficina del Trabajo y le preguntan su experiencia, solo podría responder: “”Experto en técnica de chequeo y contra chequeo, sabotajes y ramos similares, falsificación de documentos, producción artesanal de explosivos, doctorado en derrota”.
Y aún así, pasó a trabajar, obligadamente, para Kramer, de la oscura compañía de seguros Lloyd Hanseático, en busca de unas monedas de oro robadas a las SS en 1941. Para obligarlo, lo chantajeó. Con Verónica, su compañera antes del exilio, que sobrevivió a la tortura pero quedando autista y él, lleno de amor por ella, solo trabaja para mandar plata a la señora Ana que la cuida en Chile.
Elegido, según Kramer, por toda su experiencia, que le permitió, por ejemplo, recurrir a Carlos Cano, ex del Grupo de Amigos del Presidente Allende, facilitándole encontrar las monedas de oro; no solo experiencia, viejos compañerismo que perviven, a través del tiempo, la distancia y las derrotas.
Para hacerse de las monedas de oro debió enfrentar a otro agente, enviado por El Mayor, ambos ex oficiales de inteligencia de la RDA, para quienes, ahora “la única meta válida: ser rico” y que “la razón de todo militar es simplemente el botín de guerra”.
Aunque en Chile, a Verónica, no se atrevió a pasar a verla. “Verónica, mi amor, por qué tememos tanto mirar de frente a la vida los que hemos visto los áureos destellos de la muerte”.
Pero, con su doctorado en derrota, venció. Esa batalla de otros. Aunque la propia, no pudo esta vez. Pero quién sabe, trabaja solo para cuidarla, con su amor intacto.