A partir de
El asedio, de Arturo Pérez Reverte
En España se están librando muchas guerras simultáneas.
En nueva alianza con Inglaterra, contra la España de Napoleón. Francia será derrotada, pero perderá España y ganará Inglaterra, por la mala administración española; por sus crisis internas que terminan en una Constitución pero el enfrentamiento entre liberales y realistas no es más que un nuevo estilo para la vieja lucha por el poder, mientras el pueblo aplaude algo hoy y mañana lo contrario; por la independencia en América que arruinará los negocios españoles.
En Cádiz, contra los traidores. También, contra los asesinatos que llevan varias chicas con muertes oscuras.
En el propio encargado de la investigación de estos sucesos en Cádiz, el comisario de Barrios, Vagos y Transeúntes Rogelio Tizón Peñasco, que, admite, “libro mi propia guerra”.
Hay otras guerras personales: la del taxidermista Gregorio Fumagal. La de los ricos de la ciudad, como Emilio Sánchez Guinea que presenta a Pepe Lobo como corsario para los barcos comerciantes de Lolita Palma. La de los jefes de la ciudad el teniente general de la Real Armada don Juan María de Villavicencio y el intendente general y juez del Crimen y Policía Eusebio García Pico, que solo quieren un culpable para que los crímenes no se transformen en un escándalo público.
Cádiz es el tablero de ajedrez en el que se anudan la guerra y el crimen: las bombas francesas estallan cerca de donde se cometen los crímenes.
Cada uno con su guerra personal es ajeno a la guerra. Rogelio Tizón, “como policía, su ideología es el respeto de la jerarquía, sea cual sea ésta”. Los ricos, enriquecerse. Gregorio Fumagal con su “sistema de sobrevivencia” de alguien que no tiene esperanza en el futuro inmediato, ni tiene banderas, se dice, aunque quiere que “se limpie todo el establo” con la guillotina y que vengan la luz y la ciencia.
La guerra tiñe de guerra toda la vida en la ciudad, admite las guerras personales, admite las armas terribles y perniciosas de la traición, el egoísmo codicioso, la tortura, el prestigio público. ¿No será que si me enfrasco en librar “mi propia guerra”, puedo perder ganando?