A partir de
Decamerón, de Bocaccio
“Me propongo relatar aquí cien narraciones, o fábulas, o parábolas, o historias, o como queramos llamarlas”. (Escoger uno, como hacemos siempre, parece cosa imposible). Porque, cuando estuvo atribulado, descubrió que fueron las narraciones que les contaron sus amigos, las que “mitigaron mi padecimiento” y más, “gracias a ellos no perecí”. Por eso, ante la peste que asolaba Florencia, 7 muchachas y tres muchachos decidieron irse al campo y pasársela “contando cuentos”, “para, narrando, a nosotros mismos producirnos placer”, durante diez jornadas.
En la primera, a la vez fustigaban los abusos de sultanes y reyes; la hipocresía, impiedad, pecados de monjes y clérigos; la maldad de los hombres malos. Pero también todo eso encontraba respuestas en el ingenio, los ardides, los prudentes consejos, las agudezas de la inteligencia, y el humor. Cuando como el avaro micer Herminio, por adular al poderosos Guillermo le pegunta qué podría hacer por él, y con aguda inteligencia y humor, le responde: “Haced pintar la Cortesía”.
En la segunda jornada, se hablará “sobre aquel que, de diversas peripecias perseguido, logró, contra toda esperanza, llegar a buen fin”. Y esto porque “graves y enojosas son las situaciones que producen los diversos cambios de la Fortuna”, por eso, “este tipo de cuentos no deben jamás desagradar a los contentos ni a los desventurados, ya que a los primeros previenen y a los segundos consuelan”.
En la tercera jornada, “que se hable de quien alguna cosa muy deseada con industria adquirió, o recuperó perdida”. La cosa deseada, la mujer o el hombre de otros, la industria aplicada, los ingeniosos ardides, los engaños, las seducciones.
La cuarta jornada, sobre “aquellos cuyos amores tuvieron final infeliz”, sabiendo que “la Fortuna, envidiosa de tan largo y gran deleite, con dolorosa peripecia el júbilo de los amantes resolvió en triste llanto”.
Durante la quinta jornada, “que cada uno razone y hable de lo que a ciertos amantes, tras algunos lances infortunados, felizmente les vino a acaecer en su amor”, porque “cuán santas, muchas y plenas son las fuerzas del amor, las cuales muchos censuran y condenan a ciegas y sin saber lo que dicen”.
En la sexta jornada, “que se hable de quienes, provocados, con alguna gentil ocurrencia o pronta respuesta han eludido peligros o burlas”, que “de los buenos razonamientos son ornato las frases ingeniosas”. Como cuando intentando seducirla un caballero con un largo y trabado y aburrido relato, Oretta lo paró en seco diciéndole “vuestro caballo tiene el trote demasiado recio, por lo que os ruego que me dejéis a pie”.
Durante la séptima jornada, hablaron “de las burlas que por amor o para salvarse, hacen las mujeres a sus esposos, sabiéndolo ellas o no”. Lo que demuestra que “hablan muy simplemente” quienes “dicen que el Amor saca de juicio y que el enamorado pierde el seso”.
En la octava jornada, “quiero que cada uno hable de las burlas que a diario se hacen las mujeres a los hombres, o los hombres a las mujeres, o los hombres entre sí”. Durante la novena jornada, cada uno discurrió sobre lo que le pareciere, como en la primera. Y en la décima “sobre aquellos que liberal o magníficamente obrasen a propósito de hechos de amor o de otro estilo”, refiriéndose entonces a reyes y sultanes, pero también descubriendo que “¿qué más cabe decir sino que también en las casas pobres llueven del cielo espíritus divinos, como en las reales surgen personas más dignas de guardar puercos que de ejercer señoría sobre los hombres?”.
Y así nos encontramos que además de darnos deleite y placer, encontramos utilidad. “Que las cosas expuestas no conduzcan, por excesiva sutileza de su intención, a discusiones”. ¿Qué no es, junto al deleite y al placer, conocimiento, sutil o no, lo que ganamos leyendo?