A partir de
Hombre de la esquina rosada, de Jorge Luis Borges
¿Quién en verdad castiga la ofensa? ¿Y por qué lo hace?
Su fama lo precedía. Rosendo Juárez el Pegador.
“Era de los que pisaban más fuerte”. “Acreditado para el cuchillo”. “Los hombres y los perros lo respetaban y las chinas también”. “Estaba debiendo dos muertes”. “La suerte lo mimaba”. “Los mozos de la Villa le copiábamos hasta el modo de escupir”.
Pero pasó “una noche rarísima”. Lo desafió Francisco Real. Rosendo no respondió. Su mujer le pasó su cuchillo que arrojó a un lado. Lo abandonó por el otro. Se perdieron en la noche. Volvió más tarde Francisco Real, moribundo.
“Debí ponerme colorao de vergüenza”.
Pero no dejaría las cosas así. A diferencia del afamado Rosendo.
¿Quién en verdad entonces castiga la ofensa? “Me dio coraje de sentir que no éramos naides”. “Yo era apenas otro yuyo de esas orillas, criado entre las flores de sapo y las osamentas”.
¿Y por qué? La vergüenza, sí, y también porque en “el barrio cuanto más aporriao, más obligación de ser guapo”.
¿Fue un arrebato? “en cuanto lo supe muerto y sin habla, le perdí el odio”. ¿Fue venganza, sintiéndose humillado humillando a su ídolo, humillándose su ídolo?
Los nadies, esos protagonistas en la sombra. Hasta que se llenan de odio.