Misericordia, de Benito Pérez Galdós

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Misericordia, de Benito Pérez Galdós

 

Benigna, la señá Benina, era pobre y pedía limosna en la parroquia de San Sebastián, que tiene dos caras, “con la una mira a los barrios bajos enfilándolos por la calle de Cañizares; con la otra al señorío mercantil de la Plaza del Angel”.

Era un mundo ese de los pobres allí apiñados, en el que hay clases, sin que se exceptúen de esta división capital las más ínfimas jerarquías, allí no eran todos los pobres lo mismo. Las viejas, principalmente, no permitían que se altere el principio de distinción capital. Las antiguas, o sea las que llevaban ya veinte años o más de pedir en aquella iglesia, disfrutaban de preminencias que por todas eran respetadas, y las nuevas no tenían más remedio que conformarse”.

La señá Benina era de buen corazón. Había sido criada de doña Paca cuando estaba acomodada, y la seguía cuidando ahora que se hallaba en la miseria igual que ella, igual que su hija Obdulia y su hijo Antoñito a quienes también cuidaba.

La señá Benina, no entraba en las maledicencias, las envidias por tener un real o un duro más. Cuando el anciano pobre entre pobres le relató que hacía tres días que no comía igual que sus dos pequeñas que estaban a su cuidado tras enviudar, le dio lo que no tenía.

La señá Benina, tomaba las cosas con humor. Cuando el pobre, anciano y ciego moro Almudenas le propuso matrimonio para no desairarlo le dijo que era vieja con 60 años y fea, no como sus ojos ciegos la veían, para no hacerlo sufrir.

La seña Benina, necesitaba, como todos los pobres, creer en otra vida posible. “Yo siempre creo que cuando menos lo pensemos nos vendrá el golpe de suerte, y estaremos ricamente acordándonos de esos días de apuro y desquitándonos de ellos con la gran vida que nos vamos a dar”. Pero ese golpe, ¿de dónde vendría?, “la suerte, ya se sabe, no viene nunca por donde lógicamente se le espera, sino por curvas y vericuetos increíbles”. Por eso quería creer en los cuentos de Almudena: que invocando al rey de baxo teirra con un embrujo se llenaría de tesoros; que pasando cuarenta días en un pozo rezando y dejando volar un papel donde este cayera se encontraría un tesoro. También, “veía el éxito en la lotería que no es, por más que digan, obra de ciega casualidad, pues, ¿quién nos dice que no anda por los aires un ángel o demonio invisible que se encarga de sacar la bola del gordo, sabiendo de antemano quién posee el número?”.

Pero sobre todo, y al mismo tiempo, la señá Benina era práctica. Resolvía todos los contratiempos que caían sobre ellas descargando sus infinitas desgracias sobre sus hombros. Para dar de comer a doña Paca y su hija, también a Almudena, y al desvariado Frasquito, mendigaba, pedía prestado, inventaba historias. Vida práctica que necesitaba de la invención: que la comida que llevaba era de su trabajo como criada para el sacerdote Romualdo. Y les relataba su buena vida, sus comidas apetitosas. Para pasar el rato. Para disimular la indignidad. Para proveer la seguridad de que siempre tendrían.

Ni embrujos, ni lotería. Las cosas vienen por vericuetos imprevisibles. Un día apareció un sacerdote Romualdo, buscando a doña Paca, y “lo real y lo imaginario se revolvían y entrelazaban en su cerebro”. Pensaba decirle, “perdóneme si lo he inventado”. Concluía, “todo lo que soñamos tiene su existencia propia”. Había un sacerdote Romualdo, albacea de un pariente de doña Paca, que le informó que era heredera. Cambió su vida. Más no la de señá Benina, a quien mandó al Asilo de Ancianos y Ancianas La Misericordia.

¡Cuánta ingratitud! Pero, “vamos, que Dios, digan lo que digan, no hace nunca las cosas completas. Así en lo bueno como en lo malo, siempre se deja un rabillo, para que lo desuelle el destino. En las mayores calamidades permite siempre un respiro; en las dichas que su misericordia concede, se le olvida siempre algún detalle, cuya falta lo echa todo a perder”.

Volvió a salvarla su sentido práctico. “no tardó en rehacerse de la profunda turbación que ingratitud tan notoria le produjo; su conciencia le dio inefables consuelos: miró la vida desde la altura en que su desprecio de la humana vanidad la ponía; vio en ridícula pequeñez a los seres que la rodeaban… Había alcanzado glorioso triunfo; sentíase victoriosa, después de haber perdido la batalla en el terreno material. Más las satisfacciones íntimas de la victoria no le privaron de su don de gobierno, y atenta a las cosas materiales, acudió a resolver lo más urgente en lo que a la vida corporal se refería”.

Esa necesaria y confusa mezcla de invención y realidad para vivir; esa indispensable vida práctica para resolver los problemas de las vidas que vivimos.

 

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