Nosotras que nos queremos tanto, de Marcela Serrano

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Nosotras que nos queremos tanto, de Marcela Serrano

 

Cada media mañana en el Instituto, Ana, Sara, Isabel María, se tomaban un café y conversaban, de la última copucha política, de la nueva gracia de los niños o los nietos, de la última llamada de un admirador clandestino. Eso era en los ’80. Ahora, comenzando los ’90, se volvieron a juntar en una casa de vacaciones al Sur, más allá de Puerto Montt.

“Y aquí estábamos de nuevo las cuatro, siempre las cuatro. Más grandes,  más viejas, más heridas, más sabias”.

Militaron en la izquierda. Fueron al exilio. Eran profesionales y montaron un Instituto. Amaron, detestaron amar. Se casaron, convivieron, se separaron. Odiaron a los hombres. Se entregaron plenamente a los hombres. Conocieron cerca de los 40 que el sexo no es solo penetración. Debieron romper con su educación católica. Siempre cargando con culpa. Debieron admitir que terminaron pareciéndose a sus madres. Se descargaron explicando a sus maridos que llevar una casa es como llevar una empresa, detestando las obligaciones domésticas. Debatieron sobre el feminismo. Se integraron al Comando del NO. Finalizando la dictadura abandonaron la militancia, el partido reproduce la estructura patriarcal, y limita su individualidad, goces y placeres, exigiendo entrega completa a lo colectivo. “Siempre la lógica de la confrontación y el enfrentamiento. Nunca la lógica de la diversidad ni la del consenso. Pero sí aprendieron dos cosas: la inobjetable valentía y la rotunda solidaridad”. Pérdidas terribles. Alcoholismo. Depresión. Recuperación.

Partieron del Sur. De Santiago. De familias de clase media-media. De familiar ricas. De familias aristocráticas con Presidentes, Senadores y Embajadores.

Llegaron aquí. En sus vacaciones, “el lago fue nuestro testigo. ¿De qué? No lo sé… De todo. De relatos, de discusiones, de tanta lágrima y tanta risa. De cierre -¿de etapa? ¿de década?”.

Un afecto crecido en aquel remolino. Y aquí llegadas, “no quiero pensar que he arriado todas mis banderas en vano”. ¿Cómo? Un cierre. Un testigo, ¿de qué? “María me diría. Sintetiza Ana, de afecto”.

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