El hombre del salto, de Don DeLillo

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El hombre del salto, de Don DeLillo

 

“Estos son los días de después. Todo ahora se mide por después”. Keith estaba en una de las Torres Gemelas. Sobrevivió. Apareció cubierto de humo y cenizas en lo de su ex mujer Lianne. Por suerte, no estaba Justin, su hijo. Todo había cambiado.

Por primera vez Lianne sentía que tenía un marido. Por primera vez Keith decidía hacerse responsable, ser marido y padre. Por primera vez Nina, la madre de Lianne, le hablaba como una adulta, contándole de su amante de años Martin. ¿Quiénes era, antes, ahora?

“Era eso de lo que se trataba todo, quiénes eran”.

¿Pero es posible averiguarlo? Ahora, cuando “en los tres años transcurridos desde aquel día de septiembre, la vida entera se había hecho pública”. Ahora, cuando “Estados Unidos sería irrelevante… Pronto llegaría el día en que nadie pensará en Estados Unidos, sino es por el peligro que supone este país. Está perdiendo el centro. Se está convirtiendo en el centro de su propia mierda. Ese es el único centro que ocupa”.

Y encontrar que nada es lo que parecía. Bill Lawton a quien Justin busca escudriñando en el cielo la llegada de aviones, es el nombre que los niños entendieron en la televisión cuando mencionaron a Bin Laden. Martin es Ernst Hechinger, ex terrorista alemán en los ’60-’70; lo peor: “quizá hubiera sido un terrorista, ‘pero era uno de los nuestros’, pensó, y la idea la dejó helada, la avergonzó: uno de los nuestros, es decir, sin Dios, occidental y blanco”. El hombre del salto era David Janiak, artista callejero, ¿un exhibicionista, un valeroso cronista de la Era del Terror?

Su imitación era la de aquel hombre cayendo de la Torre Norte, “un ángel caído y su belleza era horrorífica”.

Dios. En boca de ellos y de nosotros.

Dios. “¿Qué significado tiene decir esa palabra? ¿Nacemos con Dios? Si nunca oímos la palabra ni observamos el ceremonial”. O: “¿no es el propio mundo el que te conduce a Dios? La belleza, el desconsuelo, el terror, el desierto vacío, las cantatas de Bach”. También: “Dios es la voz que dice: ‘no estoy aquí’”.

Keith buscando invalidarse, sólo moverse como un autómata. Lianne creyendo volverse loca ella, aunque a él le haya sucedido aquello. Haber estado en las Torres.

Hasta que. Hasta que desvistiéndose una noche, sintió el olor de su cuerpo. “Era sencillamente ella, el cuerpo entero y verdadero… La niña estaba ahí dentro, la chica que quería ser otras personas, y cosas oscuras que no podía nombrar. Fue un pequeño momento, que ya estaba quedando atrás, el típico momento que siempre está a pocos segundos del olvido”.

Rehacerse. Aún después de las derrotas, hasta de lo apocalíptico. Asirse, recuperar, retomar, esos típicos momentos, impedir que se los trague el olvido. Detenerse, aunque sea pocos segundos antes. Seguir.

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