Funes el memorioso, de Jorge Luis Borges

Funes el memorioso en Artificios Jorge Luis Borges

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Funes el memorioso, de Jorge Luis Borges

 

El recuerdo, “ese verbo sagrado”.

El “literato, cajetilla, porteño”, sin derecho a pronunciarlo.

El “de cara taciturnia y aindiada”, con sus “manos afiladas de trenzador” sosteniendo un mate, el “compadrito de Fray Bentos”, lo poseía: Ireneo Funes. Y le pidió al porteño sus libros en latín y un diccionario. “No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario”.

Poco después, hablando una noche, en latín y en español, Ireneo le relató “los casos de memoria prodigiosa registrados por Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por sus nombres a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotécnica; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez”.

Y “se maravilló de que tales casos maravillaran”, porque después de su accidente “su percepción y su memoria eran infalibles”.

Antes, “había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo”, “un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado”. Pero ahora, “el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido”.

Pero, sí. Es intolerable.

Revelaba cierta balbuciente grandeza. “Locke, en el siglo XVII, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo… No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)”.

Y sí, es intolerable.

¿Por qué?

Acaso porque “no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer”. Pero no, desechó su propio proyecto lockeano, “por inútil”; así, de algún modo, abstraía.

Entonces de nuevo, ¿por qué sí es intolerable en Funes, aunque desmedido en su caso, y no en Ciro?

Tal vez, “porque era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso”.

¿Sería entonces, no por la infinitud del mundo, el mismo que registran Funes y Ciro, sino por su posición de espectador, a diferencia de Ciro, de los reyes, de los seres humanos –su mayoría- protagonistas, actores, transformadores?

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