Cosmópolis, de Don DeLillo

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Cosmópolis, de Don DeLillo

 

“El binomio de ceros y unos del mundo, el imperativo digital que definía el aliento de los miles de millones de seres vivos del planeta”. Incluso el computador es del Paleolítico inferior, el futuro es “la fusión del ser humano y el ordenador”.

Un artículo de fe del multimillonario Erick Packer, dueño de un fondo de inversión que apuesta contra el yen. Dueño de una casa de 48 habitaciones, sala de juegos, gimnasio, acuario con un tiburón de 8 metros, en una torre de 89 pisos que también era suyo y sentía que lo investía de “fuerza y hondura”. Dueño también de su limusina extra grande con piso de mármol. Casado a la vieja usanza para unir su fortuna con la de la heredera de una familia europea de banqueros.

Es que “el dinero ha dado un vuelco. Toda la riqueza ha pasado a ser riqueza por y para sí. No existe otra clase de riqueza si de veras es inmensa. El dinero ha perdido sus cualidades narrativas, tal como le sucediera a la pintura hace ya tiempo. El dinero habla sólo para sí mismos… Y al dinero sigue la propiedad… ya no posee peso ni forma definidos. Lo único que importa es el precio que uno pague”.

Le dice su guardaespaldas cuando sale en su limusina que “el presidente está en la ciudad” desplazándose por las calles haciendo imposible la circulación. “Cuál presidente”. “El presidente de Estados Unidos”. Tal era su poder: “¿cuál presidente?”.

¿Pero es sostenible el aliento de miles de millones de seres humanos por el imperativo digital?

La apuesta contra el yen lo llevó a la ruina.

En su cima, desoía a sus asesores de divisas, financieros, informáticos.

Sostenía su apuesta contra viento y marea. Buscaba una correspondencia entre el movimiento de los números y el de la naturaleza. Un orden subyacente. “Existe una superficie común, una afinidad entre los movimientos del mercado y los movimientos de la naturaleza”.

¿Es sostenible?

Una manifestación anti-globalización interrumpe el flujo de la ciudad.

Un vengador solo ataca a los ricos y poderosos arrojándoles pasteles en el cuerpo en cada evento que los reúne.

Mueren a tiros el director ejecutivo del FMI en Corea del Norte. Muere el inversor ruso Nikolai Kaganovich. Muere el rapero Brutha Fez.

“Eran tiempos, vaya si lo eran, de que los hombres influyentes topasen con un final tan turbio”.

Recibe una amenaza de muerte. Un ex empleado. No es odio social, no solo eso al menos.

Erick sabrá momentos antes de morir que detrás de la búsqueda de su orden, aún a costa de derrumbar todos los mercados, se le olvidó algo: “la importancia que tiene lo que se tuerce”.

No, no es sostenible. Ni el mercado es armónico con la naturaleza, ni menos puede sobreponerle su orden. “Con todo lo que había ido y venido, ése es quien era, el sabor perdido de la leche mamada en el pecho materno, lo que estornuda cuando estornuda… Llegará a conocerse de una manera intraducible a través de su dolor. Qué cansado se encontraba”.

¿Hace falta afanarse para encontrarse con ese cansancio, inútil, desasosegante?

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