Pobres gentes, de Fiodor Dostoyevski

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Pobres gentes, de Fiodor Dostoyevski

 

“¡Cuál será mi destino!” se pregunta angustiada y compadeciéndose Várvara Alesksieyevna, escribiéndole a Makar Dievuschkin, que es como un padre para ella, huerfána muy joven, pobres los dos, los dos cuidándose, protegiéndose, compartiendo sus penas y tristezas, su miseria.

Makar se endeuda para cubrir las mínimas necesidades de Várvara, cae en una miseria cada vez más indigna. No solo padecen necesidades, sino que la burla y el desprecio de los otros. Pero, “¡quien a otro cava una zanja… en ella cae!”, se consuela Makar.

Se aferran a la esperanza, “¡ya verá cómo nos va a sonreír la vida!”. Se hunden en la desesperación, “¿qué he hecho yo para merecer este trato?”. Alternativamente, sin fin, se elevan y se hunden, en medio de “tantos infortunios”.

Se desesperan, “probablemente todo esto estaría escrito desde el día que nací, ese sería mi sino”.

¿O será otra cosa?: “¿Por qué están arregladas las cosas de este mundo en forma que un hombre de bien haya de vivir pobre y miserable, en tanto a otros la felicidad se les entra ella sola por las puertas?”.

Inesperadamente, todo se arreglará, no en forma perfecta, pero se arreglará. ¿De qué se han tratado tantas desgracias, del destino del que se lamentaba; del arreglo de “las cosas de este mundo”? “Ya pasaron aquellos tiempos”, que no vuelvan.

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