A partir de
El desierto, de Carlos Franz
“Los hijos nos hacen el favor de reeducarnos en la duda y la inconformidad. ¿Por qué? ¿Por qué sale el sol, por qué se acaba el día?”. Pero no necesariamente hilvanando las cosas, empujándonos hacia adelante, porque tenía que saber Claudia, la hija de Laura, jueza exiliada tras el paso de la Caravana de la Muerte y el temible y sádico Mayor Cáceres por Pampa Hundida, “que no esperara nada de esta generación, no de este país … una época de idealismos cada vez más pobres, tan pobres que bastaría la menor oferta del poder para comprarlos”. Ayer, su profesor de Derecho hoy Ministro de la “justicia en la medida de lo posible”; en estos días, el joven abogado querellante que cambió su acusación contra Cáceres por una diputación.
Aunque, sin empujarte hacia adelante, pueden llevarte hasta el fondo de uno mismo. “¿Dónde estabas tú, mamá, cuando todas esas cosas horribles ocurrieron en tu ciudad?”.
Escarbar el miedo. La humillación. La traición. La sumisión. La abyección. La culpa. El horror.
¿Cómo hacer ese otro retorno, no sólo a tu país, sino también a las profundidades de uno mismo? La carta, en la que todo lo explica, escribiéndolo con detalle. La vuelta al pueblo, porque “la respuesta a la carta de su hija no era ese largo relato que le fue escribiendo, sino este regreso”.
Saber, dolorosamente, “por qué me pongo a explicarte todo esto recién ahora, por qué no fui poco a poco, como hacen los padres con los hijos, abriéndote los ojos poco a poco, para que el sol violento de la verdad no te quemara el iris de tus ilusiones. Pues bien, no me fue posible, no soy tan fuerte, no soy fuerte en absoluto”.
Y saber, trágicamente saberlo, que “nadie se conoce a sí mismo si no ha muerto al menos una vez”.
Saber Claudia, que “no tengo respuestas simples. -¿Por qué? La verdad es simple. –Pero no somos hijos de nuestras verdades, sino de nuestras contradicciones”.
¿Y qué hacer con todo esto? Juntas, confrontar a Cáceres; llorar; abrazarse; reparar; y seguir adelante; “a contracorriente”.
Mirar de frente las cosas; ir, “madre e hija de la mano” contra la corriente de cada época, de cada momento de las muchas vidas que vivimos en una sola.