A partir de
Serenata cafiola, de Pedro Lemebel
De los relatos, con “letra como un estilete”, reunidos en este libro, elijo ‘Pisagua en puntas de pie’. Una noche llegaron los milicos a llevarse a Gastón, bailarín coliflor, que “cogía una manta, desechaba un pijama de seda, elegía un chaleco, dudaba tomando una camisa sport, guardaba unas bocas con taco, se le caía un cepillo, al tiempo que dos milicos impacientes lo apuntaban con el dedo en el gatillo”.
Rara noche de espanto. “¿Usted sabe dónde nos van a llevar? Es un secreto militar que no le puedo decir … Pero yo tengo que saber si es el norte o el sur, si hace frío o calor, para ver qué ropa llevo”.
Era el campo de concentración de Pisagua.
Allí, sus compañeros de Partido no lo invitaban a sus reuniones políticas.
Estaba como exiliado en ese exilio interno, la relegación.
¿Qué hizo?
Se puso su zunga, agarró su toalla naranja, y entre “arena, exilio, alambradas y torres de vigilancia”, se ponía a tomar sol.
“A veces las minorías elaboran otras formas de desacato usando como arma la aparente frivolidad. Gastón dorándose en su toalla playera, escapaba de ese patio de tormento, como si su loca irreverencia transformara la toalla en un tapiz volador, en una alfombra mágica que levitaba sobre las rejas, flotando más allá de las armas de los guardias, elevándose imaginariamente sobre ese campo de horror”.
¿Cuántas veces tenemos que mirar antes de atrevernos siquiera a pretender dictaminar algo?