A partir de
Opus Nigrum, de Marguerite Yourcenar
“El aventurero del poder y el aventurero del saber caminaban uno al lado del otro”; Henri-Maximilien, a enrolarse en las tropas del Rey de Francia, gozador de la vida, que terminaría tempranamente en un campo de batalla, y Zenon, tras abandonar la Escuela de Teología de Lovaina para emprender el camino del conocimieto, con la alquimia, la medicina y la abominable cirugía.
Buscaba algo en los experimentos y estudios con los metales y los cuerpos. Despidiéndose de su primo, Zenon le dice que “otro me espera en otra parte y a él voy. Hic Zeno. Yo mismo”.
¿Sería posible encontrarse? Era un mundo convulsionado, “perturbado por las querellas entre Príncipes, los progresos del Turco y la herejía que estaba desgarrando a la Iglesia”, a la vez que los artesanos se rebelaban contra las máquinas rompiéndolas a martillazos y las rebeliones populares como las de Munster con su comunidad libre proliferaban uniendo al Papa, a Lutero y a los Príncipes para sofocarlas. Y “era una de esas épocas en que la razón humana se halla presa dentro de un círculo en llamas”.
Iniciaba su camino ya sabiendo que “ciencia y contemplación no bastan, si no se transforman en poder”. Recorrió el mundo. Escribió libros. Realizó experimentos. Ideó inventos útiles. Curó enfermedades.
Aprendió. A “ver en lo falso parte de lo verdadero … nunca deformé el parecer del adversario para llevar la razón más fácilmente … Me guardé muy bien de hacer de la verdad un ídolo”. Sabía que, así, “moriré un poco menos necio de lo que nací”.
También, que sería perseguido. Debió vivir en la clandestinidad.
Pero los caminos recorridos son misteriosos. Alcanzaría el Opus Nigrum, la “experiencia de disolución y calcinación de las formas”, en su propia vida, pues podía concluir que “la amistad y la aversión importaban tan poco, en suma, como los encantos carnales”, todos los que conoció “no eran más que las diferentes caras de un mismo cuerpo sólido, que era el hombre”.
¿Reivindicación del género humano ante las verdades absolutas de una Iglesia que quemaba y torturaba personas acusadas de herejías?, ¿o sería desencanto y cansancio?
Y esos aprendizajes y esas experiencias –la ciencia adquirida-, con abandono del mundo: “sin transformarse en poder”, reducidos al “Hic Zeno”, ¿no se transforman en cenizas, como pretendió el Tribunal que lo condenó a la hoguera; o a la impotencia, como la decisión de terminar con su vida?